Diario de León

TRIBUNA

Sobre la tortura El reto de ser honesto

Publicado por
clara isabel santos mantecón CÉSAR CASANOVA
León

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En este universo habitable para nosotros, aunque perecedero, hay dos latitudes humanas bien distintas: la honestidad y la deshonestidad. Ser honesto para unos es tan fácil como difícil para otros, pero la línea que separa ambas formas de ser y de hacer ante la vida es muy gruesa. En ella cabe un mundo de diferencias, un abanico inmenso de sombras y luces, de miserias y de riquezas; siempre encontraremos individuos que para hacer algo deshonesto nos sorprendan con diversos argumentos, buscando sin embargo la forma de mantener intacto su aspecto de honrados. Cuando tienes la fortuna de conocer personas como Francisco Angulo y Antonio Nevado no te queda otro remedio que plantearte si la pugna que tenemos los humanos por sobrevivir (al poder en cualquiera de sus formas y por añadidura a la desgracia) no será sino un fracaso en sí mismo, pues la ambición que a ellos les falta al resto de los mortales nos sobra, y la honradez que a nosotros se nos supone a ellos les caracteriza. No resulta fácil hacer justicia a Angulo -como familiarmente le llaman sus amigos- hablando de su talante como ser humano, pero sí de su talento, pues el relato de sus pericias con la ciencia y la tecnología es más bien corto, pero intenso. Su osadía: haber creado un ecocombustible a partir de basura orgánica que retrase la destrucción de nuestro planeta antes de que las guerras, la corrupción y nuestro modus operandi junto con el hambre nos devoren, como así será si la cordura no se impone en nuestras vidas. Para Angulo, la prioridad es un estudio científico que avale en un futuro próximo sus logros, un ensayo serio, eficaz y reflexivo que deje constancia de la importancia que está cobrando para la humanidad su propia supervivencia. Hasta ahora las ofertas qua le han llegado sólo le hablan de productividad, rentabilidad, viabilidad, et., vocablos que mucho me temo para él riman en exceso con deshonestidad. Las demostraciones de su invento que tuvieron lugar en agosto del 2.007 en Soto de la Vega promovidas por Antonio Nevado, técnico T.I.C. de éste Ayuntamiento, y el 5 de junio pasado en Madrid organizada por el Círculo Independiente Ñ de Escritores (CIÑE), no han tenido la repercusión y el eco suficientes, lamentablemente es más mediático, recurrente y socialmente conveniente hablar de los fulanos y menganas de turno; porque la humildad es inversamente proporcional a la avaricia y porque el protagonista de esta historia quiere ser reconocido por su aportación al sostenimiento y saneamiento del ecosistema y no por los réditos que de ello se deriven. Imbuidos por la fascinación que el poder ejerce sobre ellos, nuestros políticos y gobernantes tienen la acuciante obligación de abandonar la retórica de los debates y el cuaderno de bitácora de las buenas intenciones para pasar a la acción ya, sin demora, con soluciones inmediatas y contundentes. Alguna resolución oportuna y tangible que a los ciudadanos no nos haga pensar que ante la falta de previsión por su parte -y por falta de ésta, negociación- lo que se discute en los despachos, al final, no repercute ni funciona donde debería, es decir a pie de calle. Hoy más que nunca la realidad supera la ficción, el pez grande quiere comerse al chico y de mezquinos está el mundo lleno, así que o jugamos todos o se rompe la baraja. Nunca las cosas están lo bastante mal para que no puedan empeorar- será pesimismo pero es la cruda realidad- y ante la urgencia de la situación en nuestro país con momentos de evidente inquietud por la crisis que nos acucia, me gustaría que éste mensaje no se perdiera por el camino; quién quiera que tenga en su mano el poder o la influencia para materializar el sueño de Angulo, que no dude en poner los medios necesarios para llevar sus teorías a la práctica de la manera más honrada y fiable, porque el horizonte que se vislumbra no es nada halagüeño, y el viaje a ninguna parte por nuestro universo ya se me antoja tan endiabladamente caro como incierto... sospecho que no tiene regreso. COMIENZA el buen tiempo y con él las fiestas de barrio, de Ayuntamientos¿, con multitud de actos para nuestro solaz y recreo. Entre éstos no se nos ha ocurrido otra cosa que recurrir a lo más innoble y atroz que ha podido inventar el ser humano: «la tortura». Cuando a alguien se le sienta en el potro de tortura y se le machaca hasta conseguir lo que se quiere (y prácticamente se consigue siempre) nos escandalizamos, lo censuramos y promulgamos leyes para evitarlo, lo cual es lógico y de justicia. Pero si destrozamos a quien no es un ser humano dándole una muerte brutal y absurda ¡no pasa nada! y enmascaramos tal acto con mil y un calificativos hermosos («arte», «tradición»,¿) para que nadie se atreva a censurarlo y si cabe, acallar alguna conciencia, aunque dudo que halla alguna. ¿Torturar hasta la muerte es propio de un pueblo que se tiene por civilizado? Más bien creo que se podría encuadrar en una sociedad bárbara, insensible, medieval y poseedora de cierto tipo de incultura, que mantiene un «circo a la romana» por divertimento. ¿Y si dentro de todo esto, el forofo de turno es un señor catedrático de no sé qué? Entonces creo que es poseedor de una moral deleznable. Me estoy refiriendo a los pobres e indefensos toros (también aplicable a otro tipo de animales), a eso que llaman «fiesta nacional». «Vergüenza nacional» sería más propio. Por ejemplo: algunos comerciantes de pieles chinos, y también de otros lugares, para hacerse con la piel de un animal primero lo golpean contra el suelo para atontarlo, luego lo cuelgan de las patas de atrás y cortan por ahí para empezar a quitar la piel (siempre de atrás hacia delante), entre chillidos desgarradores y un dolor sumamente intenso esos pobres animales pierden la piel y la vida, aunque no morirán inmediatamente. A los toros se les lacera, acosa, desgarra,¿ muchas veces acaban vomitando sangre debido a las hemorragias internas, otras no han muerto todavía y se les corta las orejas... El toro termina luchado por su vida, siendo impotente de parar ese tormento y horror al que le están sometiendo unos seres que supuestamente se creen superiores. Los mugidos de dolor, súplica, impotencia, miedo y desesperación se dejan oír ligeramente en la plaza pues son acallados por el griterío de una masa cruenta e insensible ante el sufrimiento. Las películas de romanos que reflejan la barbarie absurda y brutal del circo bien pueden tomar ejemplo en las corridas de toros, o quizá debo decir que es una continuación. Resumiendo, que a cuenta de que lo denominan «arte, tradición¿» la muerte que se les da es brutal y despiadada. Porque la tortura y el sadismo (no nos engañemos) son lo que son, vayan acompañados de saña y odio o pasodobles. Si somos capaces de poner la cabeza de un congénere en un tornillo y apretar hasta que se oiga craac sin importarnos sus alaridos, o desmembrar a alguien a base de machetazos, qué no haremos con los animales. Quien de la tortura hace negocio tiene bien merecida una celda en la cárcel y quien participa activa y/o pasivamente por diversión se ha ganado una plaza en el psiquiátrico. En mi periplo por este ancho mundo he podido comprobar cómo otros pueblos supuestamente más avanzados, y menos también, opinan que estas prácticas son propias de un pueblo bárbaro y medieval y que mantener un «circo a la romana» en esta época dice mucho en contra de la moral de ese pueblo. Una cosa es matar un animal para comer y otra hacer un espectáculo. Cuando lo que denominan «arte» va acompañado de tortura no es valido y en cuanto a las tradiciones se ponen y se quitan, se cambian a gusto y gana, no son algo constante, por lo tanto no son serias ni válidas y no se pueden tomar como base o fundamento. Dicen que cuando el burro se aburre, con el rabo espanta moscas. Y el humano cuando se aburre fabrica tradiciones. Pónganse en lugar del toro. ¿Opinarían lo mismo de utilizar un animal para diversión cuando les hincaran el primer hierro? ¿Tendrían el valor de admirar el «arte» con el que les pusieron la primera banderilla? El desconcierto, terror, dolor físico intenso, indefensión, impotencia y desesperación para parar ese tormento que esos pobres animales (que nada han hecho, sólo haber tenido la desgracia de nacer astados) sienten cuando se les somete a esa ignominia no puede, ni debe, aplicarse a ningún ser vivo. Cuando se ha sufrido la tortura en la carne se comprende verdaderamente a la víctima, y se entiende lo demencial de tal acto, aunque no se necesita pasar por esa barbaridad para aborrecer tal práctica. La tortura y el sadismo son repudiables en todas sus manifestaciones y deberían ser censurados y combatidos por cualquiera que tenga un mínimo de decencia, sobre todo por los medios de comunicación, instituciones y autoridades. Es necesario terminar para siempre con esa barbaridad en justicia para los toros, y en consecuencia a otros animales, y por la salud moral del ser humano y por la calidad de los valores que transmitamos en beneficio de las futuras generaciones.

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