EL RINCÓN
Números cantan
LAS IDEAS SUBLIMES siempre encuentran opositores. No cuajó nunca lo de Jesús de Nazaret, que nos propuso que todos fuéramos hermanos, ni la de don Carlos Marx, que nos invitó a compartir los bienes terrestres. ¿Cómo íbamos a esperar que tuviera éxito la oferta de repartir la escasez? Eso de que nos toque a cada uno una parte nos parece injustísimo. Además, nos han hecho otras ofertas más sugestivas que esa y hemos sabido rechazarlas. Europa en bloque se ha dado cuenta de que los pobres no traen nada bueno. Dicho con las palabras de Jean-Pierre Raffarin, ex primer ministro francés y vicepresidente primero de la UMP, «la Unión Europea no puede acoger la miseria que hay en el mundo». El enemigo es el número. Si los pobres fueran menos numerosos podríamos llegar a un acuerdo para sentar a uno a nuestra mesa, aunque fuera una sola vez al año, pero la cantidad es tal que no es posible. Tendríamos que adquirir mesas supletorias. Alrededor de 1.000 millones de personas no consiguen acceder a la dieta elemental, de suyo deplorable, ya que excluye el aperitivo y el postre. Lo que los sociólogos llaman «el mínimo nutritivo» no está a su alcance. ¿Cómo sería el mundo si no hubiera tanta gente excluida de él? Hay teólogos que creen que este planeta suministra alimentos suficientes para todos sus eventuales habitantes. Tengo dicho que cuando los números cantan suelen desafinar. La iglesia anglicana, por ejemplo, se está escindiendo por la discusión sobre la homosexualidad. Unos se oponen a la bendición del matrimonio gay y otros, al grito de maricón el último, se apresuran a aceptarlo. En las democracias no ganan los mejores, que no se sabe quiénes son, sino los más, que sí se sabe.