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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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AUNQUE SUS nefastas consecuencias han sido sobradamente probadas, la negación de la evidencia es torpeza en la que el poder, tarde o temprano, acaba cayendo. Le pasó en los noventa a Felipe González, cuando cerró los ojos y se tapó la nariz ante el nauseabundo olor a corrupción de los últimos años de sus gobiernos socialistas. En la misma trampa cayó Aznar durante su absurdo embarque, de espaldas a la opinión mayoritaria del país, en la guerra de Irak y en los días clave del 11 M, empeñado en ver terroristas vascos donde, por una vez, no los había. Ahora le puede estar pasando a Zapatero, con sus malabarismos lingüísticos para disfrazar lo que cualquier ciudadano no duda en llamar por su nombre. Desde mediados del año pasado se estaba viendo venir eso que los analistas económicos llaman el final de un ciclo, un método mediante el cual el sistema único que resultó ganador en la partida por el final de la historia hace una gran caja a cuenta de las pequeñas cajas del personal. Por lo que parece, el dinero es un animal que para sobrevivir necesita el movimiento perpetuo, invariablemente destinado a volver, más gordo y lustroso, a los mismos bolsillos de los que salió, después de recorrer el feliz mundo libre especulando con alimentos, petróleo o cualquier producto capaz de ofrecer un buen dividendo. Supongo que el empeño del gobierno en ignorar las señales de alarma tenía que ver con las elecciones de marzo pero medidas tan desafortunadas y alejadas de una posición progresista como el reparto indiscriminado de 400 euros a modo de propina populista, estaban de más conociendo lo que estaba por llegar. Y, a estas alturas, negar la evidencia de la crisis puede significar para Zapatero lo mismo que para Aznar el 11 M.