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TRIBUNA

Un Alemania-España sin trofeo ni medalla

Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO
León

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SE APAGARON ya los fulgores y enmudecieron los clarines de la feria. El evento festivo leonés de San Juan y San Pedro ha sido este año especialmente austero en el gasto, pero balompédicamente generoso de triunfos y cerrado de victoria. Los nervios desbordados volvieron a sus tranquilos cauces, al ritmo normal los corazones y el cuerpo a sus pasos naturales. Tornaron los héroes, felices, a sus mieles, al tajo y al destajo los mirones, al armario banderas y pendones, la copa a recogerse y envidiar en su vitrina, que ya era hora, y al regusto los gozos y laureles. De vuelta a su ascender la carestía, que nada ahorra en susto y sobresalto, y la vida al tedio que solía. Tras larga hipertrofia de fastos y de orgía, se ha quedado la parroquia como boba. Post festum, pestum. Mas, ya está ahí, a la vuelta de la esquina, Pekín repleto de promesa, para que los hispanos nos volvamos a llenar de euforia cada día. Tras la disputa reciente entre Alemania y España de un preciado trofeo deportivo, justa y brillantemente ganado por los nuestros, pocos saben que, más de medio siglo antes, hubo un enfrentamiento balompédico entre las dos naciones, también en tierras austriacas y con el mismo resultado, uno a cero a favor de España. Sin embargo, el campo de juego no fue en aquella ocasión el campo del Prater vienés, sino el campo de concentración de Mauthausen rodeado por una alambrada que mataba a 350 voltios. Aunque parezca mentira o broma pesada, en Mauthausen y su sucursal Gusen campos donde murieron cerca de doscientos mil deportados de todas las nacionalidades, entre ellos alrededor de siete mil españoles y de éstos una treintena de leoneses se jugaba al fútbol, muy probablemente para que los SS no se muriesen de aburrimiento. El hecho de que en un campo de concentración de prisioneros hubiera momentos de ocio era tan incongruente que ningún escritor siquiera lo ha mencionado por temor a que simplemente hablar de ello pudiera poner en duda la odiosa realidad de la vida cotidiana. No obstante, el toledano Marcelino López confesó al historiador norteamericano D. Wingeate Pike («Españoles en el holocausto», p. 173) que en Gusen se jugaba al fútbol los domingos y que esta actividad le salvó la vida, porque cualquier prisionero que lograra servir de entretenimiento a los SS recibía el privilegio de raciones más abundantes. También sabemos que la supervivencia del leonés Rufino Baños Lozano (El Burgo Ranero, 1917-Francia, 1980) se debió muy probablemente a la actividad balompédica en Gusen; anteriormente ejercida en León en el equipo «La Estrella» de la Corredera, según testimonio de su familia recogido por la periodista Ana Gaitero. Pero el testimonio directo, más completo y pormenorizado de esta actividad deportiva, nos lo ha dado el aragonés de Fraga, Juan de Dios Amill, en su libro «La verdad sobre Mauthausen» (pp. 63, 64, 72, 75 y 79). Este deportado español cuenta que el primer domingo, cuando sólo llevaba seis días en el campo, fue a ver un partido de fútbol que se jugaba en la Appelplatz, la plaza donde tenían lugar las formaciones. Se jugaba con dificultad porque había cerca de medio metro de nieve y el balón, pese a ser de reglamento, estaba bastante deshinchado. Jugar en esas condiciones requería un gran esfuerzo físico. El partido era de competición, en una liguilla entre varios equipos. Cada nacionalidad tenía uno, excepto España. Los que jugaban en aquella tarde dominguera eran los de Polonia y Austria. España no tenía entonces representación porque la primera expedición de españoles que llegó al campo estaba exhausta y muy diezmada por el durísimo trabajo en la cantera. Con la segunda expedición de españoles ya se pudo formar un equipo de dieciséis jugadores, inscribiéndose aquellos con alguna experiencia futbolística. «Gozaban» de las tardes libres y además, como ya se ha dicho, de un «plus» alimenticio. Todo esto sucedía a mediados de enero de 1941. Y llegó el día del debut de España, una tarde de domingo de finales de febrero. Fue contra Polonia. El terreno de juego era muy pequeño y sólo jugaban ocho jugadores durante una hora, con dos tiempos de treinta minutos, pudiendo cambiar varios jugadores durante el partido. Se ganó a los polacos con apuros, y así los primeros dos puntos. Hasta dentro de quince días no se jugaría el próximo partido. El siguiente encuentro fue contra la selección de Austria a la que también se ganó por la mínima. Después de la victoria sobre polacos y austriacos, el equipo español saldó victoriosamente el enfrentamiento con el resto de los equipos, un total de seis. De este modo, España llegó a empatar a victorias con Alemania, por lo que el trofeo habrían de disputárselo las dos naciones. El día de la final, cuenta Amill, el aspecto era el de una verdadera tarde de fútbol. Alrededor del campo improvisaron unas vallas para delimitar el terreno de juego. Los espectadores se acodaron a ellas, cara a un sol que brillaba con fulgor límpido y bellísimo. En un lugar preferente se situaron los SS, el jefe del campo Franz Ziereis y todos los oficiales, con Bachmayer dirigiendo el cotarro. A pesar del Aunchluss entre alemanes y austriacos, estos últimos deseaban la victoria española, pero la mayoría de presos alemanes y los SS estaban, como es lógico, por Alemania, muy lejos entonces de perder en nada. El juego, relata Amill, fue igualado. La primera parte transcurrió sin goles, gracias a la buena actuación de los porteros; el de España incluso paró un penalty. Cuando la contienda parecía terminar en tablas, hubo una jugada muy bien llevada por el equipo hispano acabando con un duro disparo que entró por la escuadra de la portería alemana, lo que significó 1 a 0 para España. Casi de inmediato acabó el juego y el equipo español se proclamó campeón, recibiendo el cinturón negro de ganador. Y remata, el cronista: «los españoles lo celebramos con gran algazara». Para que conste en el repertorio de nuestras glorias deportivas, aunque en este caso el premio fuese un negro cinturón, más consecuente que, enteramente feliz, una copa o una medalla.

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