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León

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«¿DÓNDE está mi hijo?», gritaba una madre sin consuelo. «¿Dónde está?». Nueve niños no han podido llegar a España después de un viaje terrible en una zodiac de apenas seis metros de eslora. Otras cinco personas más, procedentes de Nigeria, Gambia, Kenia, Camerún o Senegal, fallecieron en la travesía, después de una semana sin agua ni comida, y sus cadáveres, también los de esos nueve niños, fueron arrojados por la borda. Treinta y tres inmigrantes fueron rescatados con vida cerca de la orilla almeriense. Hace cuarenta y ocho horas tuve la ocasión de ver un video en el que alguien, hace veinte años, cuando ni la inmigración ni los cayucos eran siquiera presentidos, pronosticaba lo que iba a pasar. «No se pueden poner fronteras ni levantar barreras. Van a venir como sea. Están muy lejos, pero tienen una televisión en sus poblados y allí ven como alimentamos a nuestros gatos con cucharas de plata. (Se refería a un anuncio de televisión de una marca de comida para animales). ¡Cómo no van a venir si ven eso! El que así opinaba era Alfonso Guerra que no tenía ninguna duda de lo que iba a pasar. Y pasó. Cada día, desde muchos puntos de Africa, bajo el control de las mafias, decenas de africanos sin esperanza emprenden el rumbo hacia El Dorado. Vienen muchos niños, algunas mujeres embarazadas, jóvenes «becados» por su poblado o su familia, con la esperanza de que envíen recursos que permitan enviar a otros y otros. Se enfrentan a la tragedia o el éxito. La tragedia es morir en el camino. El éxito consiste en que los deporten a su país o que se conviertan para siempre en unos «sin papeles», constantemente amenazados, carne para ser explotada por personas sin escrúpulos, a veces delincuentes sin remedio. Lo de los niños, es peor. Controlados desde que llegan, internados en centros donde reciben atención educativa y sanitaria, a veces son deportados sin control y si se quedan aquí, a los 18 años son echados a la calle sin papeles y sin futuro. Los líderes del G-8, la ONU, la FAO, los Gobiernos de la Unión Europea no son capaces de aplicar soluciones reales para este tercer mundo que cada día está más lejos del primero. Ni son capaces de acabar con el hambre, aunque sobren alimentos para llegar a todos, ni de crear tejido empresarial para el desarrollo y ni siquiera encauzan adecuadamente la escasa ayuda oficial. «La ayuda más eficiente es la que elude el control gubernamental», dice Muhammad Yunus, el banquero de los pobres. Y ahora, con la crisis, ellos volverán a pagar doblemente. Todos tenemos derecho a una vida digna, a la educación, a la libertad, a la democracia. Y sobre todo, los niños. Nueve de ellos ya no tendrán una nueva oportunidad. Todos somos responsables, aunque sea más cómodo mirar hacia otro lado.