CRÓNICAS BERCIANAS
Memoria del 36
HACE falta estar realmente podrido por dentro, no ser nada, para dispararle a una mujer embarazada y a su hijo de tres años. Hay que ser peor que una bestia, estar rodeado de rabia, masticar el rencor de las guerras civiles, para ser capaz de asesinar a una mujer que está a punto de alumbrar una vida y a un niño que acaba de comenzarla sólo porque no hay forma de agarrar a un hombre que está huido para evitar que lo maten. Sucedió en Ponferrada, hace 72 años. Fue nuestra guerra. Y todavía estamos sangrando. El asesinato de Jerónima Blanco, de 22 años, y de su hijo Fernando, tiroteados en agosto de 1936 por un grupo de falangistas que no podía dar con el paradero de su marido -un antiguo minero que había participado en la revuelta de 1934 y que había sido amnistiado tras el triunfo del Frente Popular, según cuentan en la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica- dice mucho de lo que hemos sido. Hombres podridos los ha habido siempre, y los sigue habiendo en todas partes. Sólo necesitan el caos y la locura que despiertan las guerras para aparecer y enseñar el vacío que llevan dentro. Son de la misma calaña que los etarras que todavía hoy siguen disparando a sus víctimas en la nuca y por la espalda. Esos que todavía tienen alguna calle en Euskadi, o el País Vasco si lo prefieren, porque allí hay gente que los considera gudaris, soldados que libran un guerra contra un Estado opresor. El Partido Popular insiste estos días en que la memoria de las víctimas de ETA merece un reconocimiento en el callejero de las ciudades y los pueblos del País Vasco. Y Rajoy habla de promover una ley para que sea imposible recordar la figura de un terrorista poniendo su nombre a una placa en la esquina de una plaza. Bien hecho. El Partido Popular de Ponferrada, que gobierna el Ayuntamiento desde hace más de diez años, tiene ahora la oportunidad de recordar la memoria de otras víctimas más cercanas y concederle el nombre de una calle a Jerónima Blanco y a su hijo, durante 72 años enterrados en una fosa anónima en el barrio de Flores del Sil. Murieron de forma cruel. Murieron en Ponferrada. Y quienes les mataron en 1936 no eran mejor que los terroristas de hoy. Me decepcionaría que una ciudad como Ponferrada, que reconoce en su callejero a tantos bercianos ilustres, no tuviera un hueco para Jerónima Blanco y Fernando Cabo. Espero que el equipo de gobierno del PP no rechace una propuesta así si finalmente procede del PSOE. No veo mejor ocasión para que el nuevo partido de centro que promueve Rajoy demuestre que ha roto definitivamente con algunos lastres del pasado. Pero de la misma forma, también confío en que el grupo municipal socialista asuma la petición y presente una moción ante el Pleno, aún cuando la reivindicación proceda de una Ejecutiva Comarcal que les ha desautorizado una vez. La memoria de Jerónima Blanco, una mujer de Ozuela que tenía 22 años y esperaba a su segundo hijo, y la de Fernando Cabo, tan sólo un niño de tres años, deberían estar por encima de todo.