AL DÍA
La mano del que sabe
LOS ALCALDES en España pasaron de ser los Jefes Locales del Movimiento a ser los dueños de una cosa más estática, el suelo del término municipal, y, en consecuencia, pasaron también a dictar y a diseñar la vida de cuanto habita en él, particularmente la de las personas. Si usted, lector, estrecha hoy la mano de un alcalde, puede sentir dos cosas: una, que podría ir derivando en excepcional, que se la estrecha a un ciudadano íntegro, humilde, al que le anima la vocación de servir al común, y otra, que va siendo la más corriente, que le atenaza la mano del que sabe, de un tipo agazapado en un traje de no menos de mil euros casi siempre de color azul, vestigio tal vez del Movimiento del que no se descabalgó nunca, de un sujeto imbuido de una autoridad apócrifa que usa las canas que principian a platearle las sienes para darse un aire de respetabilidad. En este caso, si es la mano de un tunante la que el lector estrecha, sentirá también que esa mano hace cosas y se desliza por ciertas ranuras que caen del otro lado de la ley. La pena es que en éste país producto de cuarenta años de latrocinio (el franquismo robó España entera) y de treinta que en muchos casos parecen de propina por no reempezar desde el principio, la ley es él. O, cuando menos, y sólo muy recientemente, hasta que llegó la Fiscalía, esa institución providencial que antes, al parecer, no existía. Y a ver qué se hace ahora con las manos de los que saben, toda vez que en nuestra civilización ya no se estila cortárselas. Estreche usted la mano de uno de esos alcaldes, la mano del que sabe, y sentirá que todo lo que falta está ahí.