Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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EL ARTE, aseguran, está en los ojos del espectador. Y más de 400.000 personas, entre las que me incluyo, han visitado en el museo del Prado la muestra de Goya que recrea los horrores de la Guerra de la Independencia, convirtiendo la exposición en la segunda más visitada de toda la historia de la pinacoteca madrileña. El genio del aragonés, un maestro de los viejos modos estéticos, alcanza su mejor expresión en joyas como «Los fusilamientos del tres de mayo» o «La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol». A pesar de que las delicias goyescas han tenido el carné de baile tan solicitado, los retos de la sociedad globalizada referidos al mundillo artístico no caminan ya por sendas tradicionales. Zigzagueando a duras penas por la delgada línea que separa el fraude del genio puro y duro, el esoterismo galerista a la moda incluye propuestas que le ponen a uno los pelos como escarpias. Cuestionando los estereotipos decorativos de toda la vida, aparece por ejemplo un cabeza hueca buscando el museo que exponga los estertores finales de un moribundo. ¡Coño! Es lo que pretende el alemán George Schneider, premiado con un León de Oro en la Bienal de Venecia, cuya trayectoria siempre se ha asociado al escándalo y el matarile final. A pesar de merecer una lapidación de desprecios por parte de los cuerdos, otros opinan sin embargo que se trata de lo más cool, tíos, como prueban las astronómicas cifras de venta que envuelven a toda esta basura visual conocida genéricamente como «arte macabro». Una tormenta de ideas que chorrea vitriolo y se ha encaramado, por merecimientos propios, a lo más alto en el mercado del tocomocho. ¿Y qué me dicen de esas sonrientes calaveras forradas de diamantes que se venden por una millonada? ¿Estaremos perdiendo el oremus?

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