Se vende

VIENE uno de pasar unas vacaciones breves en una Comunidad colindante, Cantabria, después de transitar carreteras de firme aceptable y señalización -imagino que para hacer más entretenido el viaje- que se vuelve imprecisa en los nudos clave de la autovía. Como prescindes del sobrevalorado GPS, te orientas como puedes para llegar a tu destino, no sin antes ser rebasado por docenas de energúmenos que no respetan las señales de velocidad, y una vez allí te encuentras con playas inmarcesibles, que diría el poeta, tomadas por hordas, perdón hileras, de ciudadanos vascos, a los que se distingue por los gritos que profieren y porque a unos pocos les da por dejar alguna que otra bomba escondida entre las dunas. Hojeas el periódico local y distingues a un consejero que es un clon de los de aquí, diciendo que en Cantabria la crisis es menos intensa, pero a poco que te des un paseo por sus villas sólo ves carteles de «se vende», tanto en chalés de nueva construcción como en pisos cochambrosos, y empiezas a creer que el tema se está poniendo crudo, que lo de la venta resulta ser como una plaga, no sé si bíblica, pero sí que acabará por extenderse al bloque de pisos donde vives tú. Y a la vez que admiras el perfil sucinto de las playas te da por pensar que este país anda sobrado de especuladores, cómo no, y de constructores y concejales sin escrúpulos, qué les voy a contar, pero que ese caldo viscoso necesitaba de cucharas que lo movieran, de clientes ansiosos por tragar la sopa, y entonces, por una extraña asociación de ideas, recuerdas a los idiotas que volaban por la autovía, y te preguntas cuántos se endeudaron hasta las cejas, coche, casa y muebles de lujo, todo en una estafa integral, y tirando del hilo, mientras paseas por la playa de Noja, admites que no tenemos remedio, que este es un país de irresponsables, un lugar donde una generación entera se ha acostumbrado a verlas sólo maduras y que seguramente, mientras gane la selección, se crea que además vive en Jauja.