Diario de León
León

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EN ESTADOs Unidos, la Cámara de los Representantes ha pedido perdón a la población afroamericana por la esclavitud y segregación padecidas. Con la Guerra de Secesión terminó el esclavismo, pero no un racismo que posibilitó que, por ejemplo, hasta 1963 en los autobuses de ciertos estados fuera legal separar a los hombres por el color de su piel, entre otras aberraciones contra los derechos civiles. Según Todorov, no todo debe ser olvidado, pero tampoco recordado, y alcanzar el debido equilibrio entre lo uno y lo otro contribuye a que personas y pueblos superen los sufrimientos traumáticos que les impiden avanzar. Somos mucho más que nuestras heridas. Pedir perdón es un acto independiente de ser perdonado, son encrucijadas diferentes; también se puede ser perdonado sin pedirlo, incluso sin merecerlo. Una mujer que estuvo presa en San Marcos por la maquinación de un político despechado me contó que sólo, ya en la ancianidad, tras perdonar en su interior la injusticia padecida se sintió liberada del dolor y preparada para morir en paz. El olvido puede ser un acto neurológico; el perdón, jamás. Ninguna tragedia ocurrió hace mucho. Todo es ahora, pero no como un tortuoso laberinto sin salida, pues la hay, y de ella venimos escribiendo. En muchos aspectos somos aún culturalmente hijos de la guerra de Troya, pero fue el cristianismo quien difundió por el mundo la liberadora épica de perdonar y ser perdonado. ¿Y de qué sirve ahora la resolución de dicha Cámara se preguntarán los escépticos, no sin razón, si todavía persiste el racismo encubierto, si la población de color sigue siendo la infantería de cada guerra? Sirve para seguir avanzando y no rendirse. Y para que quizá alguien perdone, y se sienta liberado del doloroso fardo, como aquella leonesa.

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