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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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TODOS hemos respondido a esa denominación en cierta época de nuestra vida, precisamente en aquella en la que no sabíamos nada de la vida. ¿Qué sería de los niños sin la desobediencia?, se preguntó Jean Coctaeau. A los de mi generación les costó bastante mantener ese culto, ya que entre bombardeos, racionamientos y vítores, quedaba poco espacio para adorar a nuestra señora de la Real Gana. Recuerdo que mi vocación más decidida fue la de convaleciente. Por desgracia no he podido cumplirla, ya que nunca he estado enfermo. Una frustración más. Me hubiera gustado, no estar, sino ser convaleciente durante todo mi ciclo vital. En ese estado quienes te rodean están obligados a la indulgencia, se preocupan por ti y te cercan no sólo de cuidados, sino de diminutivos: hablan de «sopitas» y oyes decir de ti que estás «mejorcito». Inolvidable tifus de la postguerra. Nunca me ha sentido ni más amenazado ni más amado. Recuerdo aquella deplorable época donde los mayores competían a ver quién mata más y mejor, porque los niños de ahora tiene otras aspiraciones. La Fundación Adecco le ha preguntado a 2.000 criaturas recientes, de entre 4 y 17 años, qué quieren ser de mayores. Llevo setenta y muchos años excluido para participar en esa encuesta, pero si me preguntan a mí que quiero ser de mayor, mi respuesta está clara: quiero ser niño. No piloto de pruebas, ni ayudante de «sheriff», ni colaborador de Doc Savage, ni compañero de aventuras de Flash Gordon, ni siquiera futbolista de primera división, sino niño. A condición, claro, de no ser huérfano. Ahora, al parecer, los niños quieren ser otra cosa cuando llegue el amenazante día de mañana. Ingenieros electrónicos o concejales de urbanismo. Cada época tiene su afán.

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