EL RINCÓN
Llevarse mal
SABIDO es que a ninguna persona le han tocado unos buenos tiempos en los que vivir. Más que nada porque le ha tocado convivir con otras sumamente desagradables. Nos hubiera ido mejor a todos si nos hubiese sido posible elegir a los contemporáneos, pero cada cual no sólo pertenece a su tiempo, sino que es su tiempo. Incluso a las personas mayores -sólo en edad, no en saber ni en gobierno- nos llama la decaída atención lo mal que se llevan los encargados de arbitrar la convivencia. A los políticos debiera unirles su común vocación. Al fin y al cabo, comparten oficio y, por lo tanto, son el mismo bosque. (Que esté poblado de duendes malignos y de oficios de distinta genealogía, es otra cuestión). ¿Por qué se llevan tan mal las personas que han sido llamadas imperiosamente por la vocación política, incluidas las que nadie les ha llamado por ese camino? En cada pueblo de «la áspera y espléndida España» hay unos centenares de personas que se creen necesarias para mejorar las cosas, sin contar a las que se creen imprescindibles. La combativa diputada de Unión, Progreso y Democracia, doña Rosa Díaz, que se deshojó antes de llegar a ser una particular versión de Rosa Luxemburgo, ha llamado «lerdo» al vicepresidente del Gobierno. El vocablo alude al tipo pesado y torpe en el andar, pero más comúnmente se aplica al que es más lento para comprender y ejecutar una cosa. Dicho de otra manera menos académica al que en el lenguaje de la calle, excesiva y admirablemente usado por el admirable Arturo Pérez Reverte, podría llamarse tonto de los cojones. ¿Por qué se tratan con tanta desconsideración nuestros políticos? Buscándole explicaciones a esta conducta sólo encontramos una: se conocen tanto entre ellos que no se respetan. Los bomberos se pisan la manguera.