AL TRASLUZ
La reptilería
HUBO un tiempo en el que los periódicos, tanto los nacionales como los locales, tenían que recurrir en agosto a las serpientes de verano. La sequía de noticias era tan pertinaz que los ofidios- agrandados o inventados- salvaban las tiradas, la publicidad y hasta las nóminas. Esta profesión teme al vacío de la página en blanco. Te levantas un día y no hay noticias porque a todo el mundo le ha dado por humanizarse a la vez. ¡Oh, no! En agosto estos pánicos se agudizan. Antaño la información se tumbaba a finales de junio a echar la siesta y no se desperezaba hasta bien entrado septiembre. Titular era una hazaña. ¡Dentro de una hora quiero que aparezca una boa del tamaño de King Kong! clamaban los redactores jefes. Y la boa aparecía o se la hacía aparecer. También valía descubrir al hijo turolense de Sofía Loren, entrevistar a un coleccionista de matrículas de ovni, o un agricultor licántropo. Desde hace años no es así, pues la reptilería ya no coge vacaciones. Ahora, no es necesario inventarse o estirar serpientes, pues son de verdad y dan coces. Al menor descuido, te repta una por las piernas y no precisamente para tentarte con la sabiduría. Por ejemplo, dos culebrillas humanas han ofendido a los extremeños; y a la inteligencia, que es universal. No hay más antídoto para su veneno que el desdén, tras denunciarlas en el juzgado. Se han medio disculpado, pero con la boca bífida, no vaya a creerse que reniegan del fondo del asunto, su mezquina falacia de la superioridad de unas comunidades sobre otras, perorata a la que además llaman solidaridad. El calor entontece aún más a quien ya era tonto. La reptilería se ha empeñado en salvar al periodismo agostero de la falta de noticias. No hacía falta, vamos sobrados. Y además, comienzan las Olimpiadas.