Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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DESCRITA a bombo y platillo como una ceremonia milagrosa, de una majestad hipnótica e insuperable, a mí, la inauguración de los juegos olímpicos de Pekín me ha producido básicamente miedo. Contemplar a esa ingente masa de chinos ejecutando con una perfección diabólica series de movimientos simétricos y simultáneos, me ha puesto la carne de gallina. No quiero imaginarme las horas de sacrificio e instrucciones maniáticas que han tenido que recibir esos miles de autómatas, que por otra parte tenían pinta de estar ejecutando cada gesto con una obediencia ciega: lo dicho antes, como para echarse a temblar. Ya en 1934, el presidente del Comité Olímpico de los Estados Unidos, Avery Brundage, declaró cínicamente que la política y el deporte no se debían mezclar, pero cuando vi con qué espíritu marcial tironeaban de la bandera olímpica los miembros del ejército chino, me vinieron a la cabeza, no sé porqué, las bombas que estaban cayendo en ese momento en el Cáucaso. Qué quieren que les diga. El broche de la ceremonia, con ese desenlace aéreo que tanta admiración ha despertado, a mí me parece una fantasmada primorosa. Frente a esa imagen de alta tecnología y equilibrio surreal, me quedo con aquélla otra más simple, pero infinitamente más dramática, que llegó a las pantallas del mundo hace años: la de un hombre pequeño que, agarrado a unas bolsas de la compra, paró una fila de tanques en la plaza de Tiannamen.

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