BURRO AMENAZADO
Benidorm
ESTA CIUDAD alicantina, émula de Hongkong, acumula nada menos que el siete por ciento de los turistas de España. Concebida en los años cincuenta como una combinación de rascacielos y amplias avenidas, su nacimiento se debió al impulso de un alcalde falangista, Pedro Zaragoza Orts, que tuvo la idea de viajar desde lo que era un pueblo de pescadores, almendros y olivos, en su Vespa, a ver a Franco y convencerlo de los beneficios del turismo extranjero en un país de boina, clero retrógrado y guardia civil caminera garantes de la moralidad. Aquel edil, de tronco de huertano, gran bigotazo y labia convincente, apodado El Tanque, consiguió convencer al caudillo, conmovido por aquel súbdito de pantalones manchados de aceite de moto. No todo fue preparar cemento y plan de urbanismo, pues al invento había que hacerle publicidad entre las huestes de las futuras tres eses, de sol, sexo y sangría. Las ideas de Don Pedro fueron magníficas, empezando por enviar unas botellas de vino de Benidorm, de la marca Sol Embotellado, a la reina de Inglaterra. En pleno invierno, en las tiendas de Estocolmo, se repartían ramos de almendro florido, y en las estaciones de autobuses de Alemania aparecían indicadores pintados a mano que señalaban como dirigirse a estas playas alicantinas. Es más, en 1952, a pesar de las iras del arzobispo, permitió que los bikinis llegaran al pueblo sin ninguna restricción, asunto que animó también a los nativos a precipitarse hacia esta paraíso de ligoteo. Rubias suecas con camisetas mojadas, irlandeses como gambones a la parrilla ciegos en el mar de cerveza Guinnes, y millares de hooligans disfrutando en baretos cerveceros con nombres de Beer Barrel que, a la noche, cantaban en los karaokes entre las estrellas del cielo del Mediterráneo, dieron a esta ciudad fama de cachondeo y precios baratos. Ahora, para atraer también al turismo de dinero, un elitista campo de golf y el Parque Natural de Serra Gelada, dan más aire vivo a esta costa.