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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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ENTRE LO QUE QUEDA de este año y el que viene, ya que el tiempo ni se para ni tropieza, el Estado deberá pagar 250 millones a las víctimas del monstruoso 11-M. Todos tenemos derecho a preguntarnos cuánto vale una vida, pero en especial aquellos cuya vida estaba depositada en otras vidas. ¿Cuánto vale un hijo?, ¿en cuánto se valora un padre, aunque sea ya muy viejo?, ¿quién puede tasar a un amigo de verdad, de esos que forman parte de la biografía del corazón? Hay quien dice que las indemnizaciones rebasan ampliamente lo estimado por Interior, pero estamos hablando de ese secreto ministerio interior, con minúscula, que cada uno lleva por dentro. Entre la lluvia, no demasiado copiosa, pero sí refrescante de medallas, nos llega la noticia de este otro aguacero bursátil. Un chaparrón tardío pero cierto que de ningún modo podrá compensar a las más de 2.000 víctimas del más terrible atentado sufrido en Europa en tiempos de paz. Da un poco de vergüenza llamarles beneficiarios a quienes cobren las llamadas indemnizaciones. Los duelos, con pan o sin pan, son los mismos. El mundo afectivo y el pecuniario discurren por distintos cauces y no pueden sumarse como cantidades homogéneas las lágrimas y las monedas. Que haya 700 beneficiarios más de los registrados es problema de los contables. De lo que sí tenemos que alegrarnos todas las personas de bien es que no hayan provocado más problemas de reparto los tres bombazos etarras de hace unos días en la Costa del Sol. La banda nos tiene acostumbrados a su manera de entender su campaña de verano. Quiere demostrar que puede matar, aunque no siempre mate, como el tabaco. No lo hizo aquel tétrico 11-M. Quizá lo dejó para mejor ocasión.