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Publicado por
ISAÍAS LAFUENTE
León

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JOSE MARÍA Aznar no deja de sorprendernos. Por una razón o por otra acaba colándose en la vida pública y calentabdo el debate político. Cuando la clase política rescata la corbata para salir de la caverna veraniega, leemos la entrevista de un Aznar que se adelanta a todos para intentar volver a reivindicarse ante la sociedad española, una sociedad ante la que su crédito político ha ido menguando de año en año. Rescata lo del legado y afirma que tras su etapa de gobierno dejó como herencia el país más rico de la Historia de España. No su gobierno ni su partido, el milagro -insiste en la idea- fue él. También reivindica la tristemente recordada fotografía de las Azores y afirma, ni más ni menos, que aquel fue el momento más importante que ha tenido España en los últimos doscientos años. Las reflexiones sobre el momento elegido para conceder esta entrevista, justo en el inicio de un curso político en el que Mariano Rajoy deberá consolidar su restañado liderazgo y necesitaría sentirse libre de sombras del pasado, incluso de las propias, darían para un artículo. Otro podría escribirse sobre el carácter patrimonial que algunos líderes conceden a su acción política, despreciando abiertamente el trabajo de sus equipos y, sobre todo, ignorando el valor del impulso colectivo de los ciudadanos. No es este un pecado exclusivo de José María Aznar, pero él siempre lo ha llevado a sus últimas consecuencias. Pero lo más t remendo sigue siendo su empecinamiento, no ya en justificar su decisión de embarcar a España en una guerra ilegal y sustentada en mentiras, sino en considerarla el acontecimiento histórico más importante para nuestro país en los últimos dos siglos. Hace un año, con cuatro de retraso, Aznar hizo un amago de rectificación, a su manera displicente, cuando dijo aquello de que él tenía el problema de no ser tan listo como para saber entonces que lo de las armas de destrucción masiva era una patraña. A partir de hoy tiene un segundo problema: el de explicarnos cómo sabiendo lo que ya sabe, lo que casi todo el mundo supo antes que él, tiene la desfachatez de seguir calificando aquello como lo califica. Es verdad que el concepto histórico está preñado de polisemia. Cuando se criba el pasado se encuentran, repartidos por mitades, tantos acontecimientos nobles como ciertamente vergonzantes. Por eso cuando a Mariano Rajoy le pregunten sobre estas declaraciones de su predecesor, que le preguntarán, siempre podrá responder, fiel a su estilo, que lo histórico da mucho de sí.