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Publicado por
FERNANDO GARCÍA MARTÍNEZ
León

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«QUERIDOS seres humanos. Me llamo, bueno, no me llamo de ninguna manera porque ni siquiera se plantearon mis padres qué nombre me iban a poner. Se empeñaron, con vuestra connivencia, en no dejarme aparecer por la faz de vuestro mundo. Son tan modernos y progres que la vida humana para ellos, no tiene valor alguno. Y para colmo (qué contrasentido) pertenecen a la Asociación Nacional Amigos de los Animales (ANAA) y tienen adoptado un perrito al que llaman Toby. Es tan grande su egolatría y su mal llamada comodidad que me condenaron, sin remordimiento alguno, al destierro de su amor. Me condenaron a no ver el amanecer alegre de cada día y la luz fulgente del sol. No pude tampoco contemplar la belleza del agua cristalina de un río ni a disfrutar, en el estío, de la sombra acogedora de los árboles. No me dejaron emocionarme con vuestra música, reírme, llorar, trabajar, vivir la alegría de los amigos, expresar mis sentimientos, ni ¿ tantas otras cosas. Mis ansias de besarte, mamá, y de abrazarte a ti, papá, quedaron muertas porque vosotros, de acuerdo o no, decidisteis que así fuera. No acierto a comprender, desde luego, vuestra decisión ni la de tantos otros padres, que, como a mí, nos habéis matado. Sí, ¡qué mal suena esta palabra!, pero no hay otra. No sé mencionarla de otra forma ¿Cuántos somos ya? Ni contarlos puedo. Mis amigos, en este olimpo del olvido, son incalculables. Os quejáis, con frecuencia, queridos seres humanos, de que hay poca natalidad, de que la población envejece y, después, sois vosotros mismos los que decidís unilateralmente el número de vivientes. No lo entiendo. Sabed, además, que cualquiera de nosotros hubiera contribuido, a veces de una forma notable y visible, a un mayor progreso y a un bienestar sin duda mucho mejor que del que ahora disfrutáis. Pero eso es lo de menos. Lo peor es que no sé cómo podéis arrogaros un derecho sobre la vida y sobre la muerte, que no existe ni puede existir, para cometer semejantes atrocidades. ¿Qué hice yo y mis compañeros para que no nos dejarais seguir viviendo? Vosotros decidís con vuestras leyes que no somos seres humanos porque simplemente no nos habéis visto con los ojos de la cara o nos consideráis minúsculos. ¡Qué aberración! ¿Es necesario ver para que algo tenga vida? Cuántas cosas hay que no veis y, sin embargo, no dudáis de su existencia. ¿Se mide, por otra parte, la existencia por el tamaño? Nunca comienza la vida cuando la voluntad caprichosa de alguien, así lo determine. Os lo digo yo. La vida comienza desde el mismo instante de la fecundación, como comienza un pensamiento desde el mismo instante en el que cualquiera de vosotros se pone a pensar. No antes ni después. Y no le deis más vueltas. Esto siempre ha sido, es y será de esta manera. Tampoco es cuestión de creencias o de religión. El sentido común así lo indica y lo establece, con o sin la ayuda de la ciencia. Oía en el seno de mi madre, que no había sido deseado. ¡Qué estupidez! Oía que había sido fruto de una agresión. ¡Qué estupidez! Oía que no querían mis padres preocupaciones ni ataduras. ¡Qué estupidez! Si no fui deseado, otros me estaban deseando. Si fui fruto de una agresión, otros padres me estaban esperando con los brazos abiertos. Si mis padres no querían problemas, antes pudieron evitarlo. La comodidad, además, no os va a ahorrar contratiempos, antes al contrario. Y todo esto lo hicisteis, que es peor, sin mi consentimiento y con el apoyo de una sociedad incoherente. Me castigasteis al ostracismo de la vida sin más. Yo creo que a este paso, conforme a la «cordura» de la lógica reinante, sería más productivo para esa vuestra humanidad absurda eliminar a los improductivos, a los que ya no generan beneficios y sí gastan, a los deficientes, a los inútiles y a los no rentables, para así vosotros todos vivir más holgadamente sin molestias y sin complicaciones. No dudo que, de seguir así, pronto os uniréis para alcanzar esta meta. ¡Qué incongruencia la vuestra y qué crueldad! Y encima lo veis con una normalidad y tranquilidad pasmosas, amparados por unas leyes monstruosas. No sabéis a dónde camináis. La historia de poco os ha valido. Ahora, para colmo, estáis discutiendo si ampliar todavía más los plazos para el aborto. Pero, ¿qué decís? Por lo que tendríais que estar luchando precisamente, es por todo lo contrario: por eliminar semejante sinrazón. Cuántos de vosotros no estaríais, simplemente, debatiendo esta barbaridad si os hubiesen hecho lo mismo. La oscuridad de vuestra mente, no os deja ver la realidad. Legisláis en contra de vosotros mismos. No lo entiendo. Desde aquí, desde este lugar al que me condenasteis, os pido que rectifiquéis aunque nada más sea por beneficio vuestro».