CRÓNICAS BERCIANAS
El homicida del taxi
El HISTORIAL de delitos de F.D.G, asturiano de 49 años residente en Bembibre y sospechoso de matar al taxista de Ponferrada que fue hallado con un disparo en la cabeza en un cam ino de Las Ventas de Albares, resulta espeluznante. En los últimos 30 años se ha pasado 13 en la cárcel, entrando y saliendo para cumplir penas de homicidio, violación, atraco y robo. Por si fuera poco, a F.D.G, y a su supuesto cómplice, el bembibrense P.R.A, de treinta años, que con 18 ya aceptó 50.000 pesetas para matar por encargo, se les relaciona con dos intentos de homicidio en Salamanca a comienzos del mes de agosto. Resulta inquietante además, la fijación que F.D.G, parece tener con los taxistas. En el año 1979 fue condenado por la muerte del conductor de un taxi en Cáceres. Y uno de las tentativas de homicidio en Salamanca tuvo como protagonista a otro taxista, que temiendo por su vida, saltó del automóvil en marcha. F.D.G, era además cliente habitual de los taxistas de Ponferrada, que saben que lo sucedido a su compañero José Miguel Alves le podía haber ocurrido a cualquiera de ellos. El aspecto físico del sospechoso, un hombre de 49 años, con barba, delgado y de una complexión física que le hacía pasar inadvertido, no era de los que hacen que los conductores de un taxi se lo piensen antes de parar. Sobre todo si no es la primera vez que usa el servicio. Vaya por delante que soy de los que creen que el sistema judicial y el penitenciario debe orientarse a la reinserción social del delincuente más que al castigo. Pero también comprendo que hay personas muy difíciles de rehabilitar, que no pueden estar en la calle mientras sigan siendo una amenaza para sus semejantes. Por supuesto que la pena de muerte debería estar desterrada de nuestro vocabulario. Nadie tiene derecho a matar a nadie, ni siquiera para aplicar justicia. Encerrar de por vida a alguien puede ser un castigo peor que la muerte, pero quizá no quede más remedio que mantener tutelados indefinidamente a algunos individuos que no se dejan ayudar, que vuelven a matar en cuanto pisan la calle, que no les importa entrar y salir de la cárcel. Son enfermos, y son peligrosos. Y como enfermos y como individuos peligrosos hay que tratarles. No bajar nunca la guardia, ni desentenderse de ellos. Es lógica la indignación que taxistas o agentes de policía sienten cuando se encuentran con un caso como el de F.D.G, que acumula condenas de cinco audiencias provinciales distintas. Resulta difícil de explicar que a pesar de su amplio historial, sólo haya cumplido una parte de sus condenas y que estuviera libre para volver a matar. No podemos dejar que el azar evite que se cometa un nuevo crimen, o fiarlo todo al bueno ojo y al temple de guardias civiles como los dos de Cistierna que lograron detenerle. Exactamente igual que hay violadores que deberían estar siempre vigilados cuando está claro que a la mínima ocasión reincidirán, hay homicidas que deberían someterse a un terapia indefinida. En la cárcel, en un centro psiquiátrico, o en cualquier otro lugar donde sus acciones no vuelvan a hacer tanto daño.