AL TRASLUZ
Todo un símbolo
LAS FAMOSAS cabinas rojas del Reino Unido tienen los días contados, porque han dejado de ser rentables. El golpe mortal se lo ha asestado el móvil. Ahora, son utilizadas como mero cobijo contra la lluvia, o para que los turistas se hagan fotos de recuerdo. A mí, más alta misión no se me ocurre, pero yo no presido la British Telecom. La industria telefónica siempre guarda un as en la manga, es decir, una trampa para fastidiarte tras haberte fascinado. Inglaterra puede prescindir del bombín, de la niebla, de los crímenes de Jack el Destripador, hasta de Harry Potter, pero no de este maravilloso mobiliario urbano, donde los personajes de Graham Greene o de Le Carré hicieron tantas llamadas desesperadas; James Bond, en cambio, dudo que hubiese entrado alguna vez en alguna de ellas, porque cuando lo tuyo es salvar al mundo no puedes depender de que el bien comunique. Por supuesto, tengo una fotografía en una de estas cabinas, en homenaje al mundo anglosajón. La empresa propietaria ha dado a los ayuntamientos la posibilidad de adoptar una red phone box, por módico precio. Pero lo cierto es que ya los propios ingleses prácticamente no las utilizan, han quedado convertidas en fósiles de una cultura local extinguida, despreciadas ante la psicodelia del la telefonía móvil, como Falstaff fue desdeñado por el rey Enrique, tras haber sido su compañero de golferías. Ya nadie clamará mi reino por un chelín. Son o eran las últimas excaliburs. Como se dice en El Señor de los Anillos , «el mundo ha cambiado, lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire¿». Uno quisiera que ciertos iconos permanecieran inmutables, como los árboles de La Inmaculada o la escultura de Guzmán, siempre ahí, con nosotros. Compatibles con todo, hasta con el móvil.