Diario de León
Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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LA SECRETARIA GENERAL de Empleo, encargada de comunicar a la opinión pública que este país sobrepasó de nuevo en agosto los 2,5 millones de parados y que el empleo se encuentra por tanto en caída libre, se cuidó de puntualizar el pasado martes que «no hemos tocado fondo», por lo que es muy probable que el año próximo, ya a tiro de cuatrimestre, rebasemos la fatídica cifra de los tres millones de desempleados, capaz de aterrorizar a toda la clase trabajadora, que, como es habitual después de un largo período de vacas gordas, se encuentra además entrampada hasta las cejas. Puesto que nuestra economía depende decisivamente de la coyuntura exterior, que en este caso y con el estallido de la burbuja inmobiliaria autóctona ha puesto en evidencia nuestras carencias, y dado que el futuro global está cargado de incertidumbre, nadie puede pronostica a ciencia cierta qué va a ocurrir, ni cuánto durará la adversidad, ni cuál es por tanto la profundidad de pozo en el que estamos cayendo. En todo caso, y seamos claros, lo que haya de sucedernos depende bastante poco de lo que hagan nuestras instituciones y nuestros políticos. Máxime cuando está externalizado el control sobre la política monetaria, lo que nos obliga inexorablemente a realizar el ajuste a través del empleo (también podríamos hacerlo en parte a través de los salarios, pero ni sería del todo justo ni lo consentirían los agentes sociales). Es un tanto patético ver a los dos grandes partidos rivalizando en las soluciones a la crisis como si estuviera en su mano gestionarla o al menos mitigarla. Si se araña bajo la superficie vistosa de las ofertas, se verá que en el fondo las propuestas son muy semejantes. Cierto que Rajoy postula un crecimiento del gasto público para el 2009 del sólo el 2% y que Solbes piensa elevarlo hasta el 4% (el 3,5% nominal), que el PP querría rebajar el impuesto de sociedades de las pymes y que el Gobierno no ve margen para ello, pero en el fondo unos y otros están hablando de las mismas cosas, manejando los mismos conceptos y adaptándose al mismo modelo. Ambas formaciones reconocen además la necesidad de estimular grandes cambios que hagan virar el sistema económico de forma que se base menos en la demanda interna y más en el sector exterior, para lo que tenemos que conquistar mayores tasas de productividad. Aunque, a la hora de la verdad, nadie sabe muy bien cómo encarar este reto, cuyo planteamiento en todo caso sólo tiene sentido a medio y largo plazo. Probablemente, a la larga, la única lección metodológica que podamos extraer de este mal trago, que pone a prueba las capacidades políticas, sea la de la previsión. No es posible basar la prosperidad de un sistema económico en el monocultivo de un mercado que va recalentándose peligrosamente durante años sin que nadie denuncie con suficiente vehemencia el riesgo ni mucho menos acometa políticas adecuadas para cambiar las cosas. Aquí, por ejemplo, se ha seguido subvencionando la compra de viviendas -la demanda- cuando el mercado inmobiliario ya estaba al rojo vivo... Quizá, en fin, de la crisis resulte una vacuna contra el disparate. Aunque el hombre, ya se sabe, es el único semoviente que tropieza dos veces en la misma piedra.

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