Diario de León
Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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POR MUCHO que alguna ley consagre o ampare semejante enormidad, uno no pertenece a la familia, sino a sí mismo. Sólo así, libre, el ser humano se hace acreedor a la superior condición de persona, y sólo desde esa libertad inmarcesible y desde esa condición puede entregarse y pertenecer a quien quiera. Federico García Lorca, el poeta español al que los hampones de Franco asesinaron cuando, pese a su obra extraordinaria, apenas principiaba a ser el que podía haber sido si en su país hubiera regido el respeto por la vida, dejó muy claro a quién pertenecía, a la humanidad, de modo que cabe decir que su familia, que ha obstaculizado siempre la exhumación de sus restos para que fueran adecuadamente honrados por ese trozo de humanidad que compone el país donde residió el conjunto de sus afectos, le ha tenido secuestrado hasta hoy, setenta y dos años después de muerto. Sin embargo, semejante impostura y desafuero podrían cesar, al fin, en fecha próxima, si el juez Baltasar Garzón atiende las demandas de las familias de los que yacen innominados en la misma fosa que Lorca, abrazados a él, para que se exhumen de una vez los cadáveres, se encuentre en ellos la tarjeta de visita de sus matadores, se les de digna sepultura y, en definitiva, se les devuelva a la humanidad, a la familia general a la que pertenecieron y a la que, por sus ideas de justicia y de progreso, entregaron, bien que a su pesar, sus vidas. Con un maestro de escuela y dos banderilleros republicanos como él, yace Federico García Lorca en un viejo olivar amenazado por la atroz marea urbanizadora. Si antes de que hagan allí algún campo de golf y una excavadora profane sus restos no se rescatan, España habrá perdido definitivamente su opción a figurar algún día en el número de las naciones verdaderamente civilizadas.

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