Diario de León
Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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ANTÍGONA desobedece el mandato de Creonte y paga con su muerte la acción de enterrar el cadáver de su hermano: las leyes del Estado frente a las leyes divinas, la moral individual frente a la norma colectiva. El mito de Antígona, convertido en drama hace dos mil quinientos años, se mantendrá más vivo que nunca mientras en las cunetas siga quedando un sólo muerto. Y aunque todos los cadáveres son importantes, el valor de algunos se eleva como símbolo de un tiempo cruel que quiso borrar la memoria convirtiendo en desaparecidos a los asesinados. Un intento inútilmente repetido desde el principio de los tiempos: la muerte necesita, sea cual sea, su rito funerario y, tarde o temprano, siempre aparecerá una Antígona dispuesta a desafiar la orden injusta de Creonte. La labor de poner nombre a los muertos anónimos realizada en los últimos años por loable iniciativa popular ha calado, no sin resistencias, en el cuerpo político y judicial y llega ahora el momento de tomar una decisión sobre la delicada, por simbólica, fosa de la Fuente de Aynadamar, donde se supone que reposa el cuerpo de Lorca junto con el de un maestro granadino y dos banderilleros, a cuya apertura se han opuesto los herederos del poeta. Yo creo, como escribía ayer mismo Andrés Trapiello, que la mayoría de los que están a favor de estas exhumaciones sólo desean dignidad y respeto para las víctimas, «no ganar una guerra que se perdió tantas veces en Badajoz, en Paracuellos, en Málaga, en Sevilla, en las checas de Madrid o en tantos lugares españoles». Como Antígona, nuestro deber es darles «una sepultura adecuada, ni un paso más, dejando de lado exaltaciones y desde luego mixtificaciones interesadas. Sabemos que todos fueron víctimas, pero a menudo no estamos seguros de quiénes fueron además verdugos».

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