CONTRACORRIENTE
De risa
YO CREO que la mayoría de la gente vive en la convicción de que los poderes públicos, las instancias sociales y los organismos que controlan el cotarro nos engañan día a día sin escrúpulos, tomándonos el pelo de la mañana a la noche y haciéndonos tragar con lo que vulgarmente se llaman ruedas de molino. No obstante, uno tiene la impresión de que últimamente esa querencia por tratarnos como a idiotas se ha convertido en algo continuo y escandalosamente flagrante: como si los que mueven los hilos u ostentan alguna forma de influencia o poder, se les hubieran caído todas las máscaras de golpe y les importase un bledo lo que podamos pensar sobre sus conductas hipócritas y arteras. Y con ello me refiero tanto a los políticos de medio pelo que nos gobiernan, como a esos que, desde los principios de un credo intachable nos dan constantes lecciones de moral: ¿a ustedes les parece de recibo, por ejemplo, que tal como señalaba este periódico el lunes, los colegios religiosos leoneses sólo matriculen al 3% de los alumnos extranjeros que pululan por nuestra ciudad? ¿No es la doctrina cristiana la que se enorgullece de ayudar a los más débiles y vulnerables, arrojando sobre las instituciones laicas la sombra de la depravación? ¿Y qué me dicen del presidente de la patronal española rogando -eso sí, en forma de kit-kat coyuntural- que paremos un rato la máquina capitalista para dar paso a la «intervención blanqueadora» del Estado? ¿Les produce risa? Yo creo que sí, nos provoca asombro, desde luego, pero también una risa nerviosa, la risa de los mismos que salían de las trincheras mientras otros hacían bailar el compás sobre el mapa, la risa de los que ven concentrarse la riqueza del mundo en manos de unos pocos (como nunca antes en la historia de la humanidad), la risa de quienes, en suma, pasan por esta vida con la sensación de que los cínicos, los despiadados, los astutos, los codiciosos y los trepas de toda índole son los que finalmente construyen la realidad que nos acabamos tragando