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León

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LA VERDAD es que el título me lo han puesto a huevo. La Dirección General del Medio Natural ha cifrado en treinta y dos el número de lobos que pueden ser abatidos legalmente en nuestra provincia. Por supuesto, se refiere a lobos de los de Caperucita, o de los Tres Cerditos. Conviene aclararlo porque, dado que el hombre es un lobo para el hombre, según sentenció Hobbes, y corroboran la mayoría de los mortales, no vaya algún despistado a liar en pleno Ordoño la de Puerto Hurraco, creyendo que, por fin, han llegado los suyos y se ha abierto la veda, termino ya confuso de por sí, pues vedar significa realmente prohibir. Por tanto, quieto todo el mundo; sigan las escopetas, cachas y demás instrumentos musicales en los arcones, si no es para tirarse al monte. Treinta y dos, ni uno más. Ocho menos que los ladrones de Alí Babá. La duda cinegética me surge sobre si en el permiso de matanza van incluidos los hombres lobos, porque haberlos, haylos, aunque casi todos están ahora en Wall Street, a ver si Bush les arregla lo suyo; o mi amigo Obdulio, pecho lobo donde los haya. No es una disquisición semántica para tomarse a la ligera, porque algunos listillos primero disparan y luego consultan la enciclopedia de Rodríguez de la Fuente, para ver si la pieza cazada se parece al bicho de las fotografías. A los niños de ciudad, en vez de atemorizarnos con el rural duérmete, que viene el lobo, se nos amenazaba con la llegada de Massiel para cantarnos el La La La; era mano de santo. Pero en la montaña, el lobo no es leyenda, sino enemigo real. Supongo que ya hay dedos deseando darle al gatillo y saldar viejas deudas pendientes, en este spaghetti western leonés. Y a mí, urbano como un semáforo de Manhattan, me inquietan más otros aullidos y otros depredadores.

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