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Publicado por
BLANCA ÁLVAREZ
León

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DURANTE siglos, carecimos de alma, cerebro y derechos. Menos que mulas. La guerra nos concedió el derecho a trabajar, en los puestos vacíos de los soldados. En muchos lugares del mundo, las mujeres continúan valiendo menos que mulas. Europa trata ahora, a la vista de los resultados poblacionales, de hacernos compatible el trabajo en las empresas con el trabajo de parir. Eso sí, se trata de un acuerdo entre Estados, sin obligaciones expresas para los empresarios, algo «orientativo» bajo la terca amenaza de la desaparición de niños autóctonos, o la pérdida de un potencial laboral muy formado y de alto rendimiento. Algo que cumplirá el empresario que quiera, y más en tiempos de crisis, porque no existe norma que les obligue. Nos formamos, nos obligaron a demostrar diez veces más nuestra valía profesional, nos pagan menos (por más que resulte inconstitucional), tenemos el techo laboral más bajo. Y, sobre todo, nos esforzamos en demostrar que, en el trabajo, no somos mujeres. Por desgracia, los ordenadores aún no fabrican niños, sobre todo con los genes paternos y el parecido irremediable, así que hemos de ser madres. Para «culminar nuestro destino femenino», nos venden. Lo de la paternidad debe ir por otros derroteros, ya lo constató Vladimir Spidla, comisario europeo de Empleo y Servicios Sociales: «las que preñan son ellas». Bien sabemos, llegado el momento, que hemos de elegir: o supermujeres con niños tan estresados como nosotras; o aspirantes a triunfar en el delicado mundo laboral de los tiburones. Cierto, los hombres han cambiado, incluso los empresarios no te insultan si estás embarazada, pero más de un cargo de ejecutiva lleva como cláusula implícita una disponibilidad que impide la maternidad. No nos obligan, tan sólo nos miran y murmuran un «¡allá tú, bonita!» que hiela hasta el más enconado instinto maternal. Tiramos de abuelas, de insomnio y de cansancio crónico. Ahora descubrimos que esos niños padecerán enfermedades propias del estrés mamado. Pero no serán los empresarios quienes cubran los desbarajustes. Ellos se limitan a dejarnos elegir y solicitar al Estado que cubra las consecuencias. El Estado y nosotras. Ya lo dijo alguna: «menos mal que nos queda el botox y el prozac». Pues eso, al final, ¡allá tú, bonita! O una Europa sin niños autóctonos, o una población enferma de angustia culpable O un cambio total de modelo ético social. Lo demás, son tiritas para un infarto.

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