Diario de León

LA ASPILLERA

La palabra lacerada

Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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NO HE encontrado, por fortuna, en las páginas de la bolsa, a cuánto se cotiza el gramo de lucidez. Lección de lucidez la que ofreció José Luis Sampedro, me cuentan con detalle para salvar la ausencia que convierte en osadía el artículo. Escribir es vivir, también hablar, escuchar. No hay un espectáculo más fascinante que la atención que suscita un hombre inteligente, oteador, desde la nieve de las canas, de cuanto pasa su alrededor. La gente, nosotros, debe, debemos, estar necesitados de hombres así: libres y de vuelta de todo menos de la rebelión interior. Quizá ya sólo en la literatura se refugian los espíritus verdaderamente libres y críticos que iluminan la esperanza de este siglo párvulo. Avisó Sampedro de lo que es ya una evidencia. Europa, la Europa abanderada de la cultura y del pensamiento, está vieja y desnortada. «Ha perdido -dijo- la capacidad de reacción». El escritor y economista -una rara simbiosis que enriquece e ilumina su visión del mundo- atisba una Europa decadente que le recuerda el lento ingreso en la caverna del imperio romano. Sampedro, ya en el otero, está en tiempo de sonreír, y también de beber escepticismo on the rocks, pero cabe sospechar que, desde su altura, quisiera atisbar el horizonte de un mundo más esperanzado, menos confuso y alienado, menos dominado por la feroz incompetencia de los gobernantes que nos han tocado, menos atenazado por los dioses del consumo y más entregado al negocio fecundo de lo radicalmente humano. En fin, si algo va a quedar como sutil murmullo de estas jornadas de convivencia con los escritores, con esos escritores que tienen cosas que decir, es esa valiente defensa de la palabra. La palabra hoy lacerada por un ejercicio vil y manipulador de la política, por la ignorancia, por la desidia y una dejadez que llega incluso a las aulas, incapaces de subrayar que detrás de la palabra justa y certera está la auténtica liberación. Una escuela vencida que produce bachilleres casi incapaces de ordenar armoniosamente las ideas en una cuartilla. Por ahí iba Gamoneda, orfebre insobornable del verbo, cuando aludía al poder de la palabra, y en particular del pensamiento poético -misterio y música-, como instrumento subversivo y liberador. «El consumismo de hoy en día impone el pensamiento único» lamentó el poeta al que nunca le falta ni le sobra ni una coma, ni una letra; guardo para mí el original de una entrevista que le hice hace ya algún tiempo y que yo creía ya peinada y repeinada pero que salió de su casa llena de tachones y correcciones siempre inteligentes y acertadas. El enfado momentáneo dio paso a la íntima gratitud: la palabra es sagrada, y quizá sea cierto, como apunta el mismo Gamoneda, que camina por delante del pensamiento iluminándolo y marcándole el paso. Antonio Pereira tuvo también sitio y altar en las jornadas. Y con él, que esto un día dijo, me despido: «Si ahora escribiera un cuento situado en el 2020, casi todos mis personajes serían sordos, heridos por el ruido de las calles y de los bares y por el volumen de las salas de cine... Se curarán mejor las infecciones, pero aumentará el número de locos (y de poetas)». No está mal; no todo va a ser malo.

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