EL BAILE DEL AHORCADO
Privatizar el dinero
DURANTE estos días, en los que la recesión global es ya una certeza, son muchos los que aplauden las políticas que se lanzan de cabeza a las aguas salvíficas del socialismo. Sin embargo, frente a los que aprovechan este momento para volver a tirar contra todo lo que huele a liberalismo, creo que sólo el afán de prosperar, la ambición o el interés individual proyectan al final el bien común. Cortar las alas a quienes intentar alzar el vuelo sólo lleva a condenar a la mayoría a seguir moviéndose a cuatro patas. Eso sí, este mundo requiere de unos pocos que divisen desde el cielo los gateos de la masa. No vaya a ser que alguno consiga erguirse. Considero que una solución a esta crisis mundial pasa por completar el camino hacia el liberalismo y huir de la servidumbre que genera el Estado. Y, en este sentido, la privatización del dinero es uno de los caminos por los que podríamos transitar. Creemos una verdad de perogrullo la frase del padre cuando le dice a su hijo que él no fabrica el dinero. Sin embargo, el sistema bancario no se aleja mucho de este procedimiento. El dinero no tiene ningún valor para quien lo posee a no ser que tenga valor para los demás. Es decir, el valor de la moneda debe ir unido a la productividad. Sin embargo, en este sistema se ha permitido a los bancos dedicarse al negocio de crear dinero fiduciario a través de la expansión del crédito. Y todo eso lo han hecho sin preocuparse de los problemas de liquidez que podrían generar gracias al «apoyo» del papá Estado (las reuniones de estos días así lo prueban). Es decir, estamos en medio de un castillo de naipes. Una receta de éxito -sigo a Jesús Huerta de Soto- debería combinar libertad de moneda y un sistema bancario libre y sujeto al principio de que no se pueden prestar los depósitos de otros clientes.