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Publicado por
ANDRÉS ABERASTURI
León

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CAMINAMOS los ciudadanos entre la acera de la perplejidad y las del miedo, un miedo que ya no es al futuro sino al presente y una perplejidad fruto de que todos los problemas nos los iban a resolver, como siempre, los gobiernos. Y no. Ni la media nacionalización de bancos y entidades financieras en los Estados Unidos, ni las reuniones de los expertos europeos, ni -por fin- las inyecciones de dinero del Gobierno de España, parece que son capaces de frenar el desplome global de la economía. ¿Qué está pasando? Esa es la pregunta que nos hacemos desde hace tiempo. Porque los ciudadanos sólo vemos lo que hay a nuestro alrededor y el panorama diario de ese paisaje pone los pelos como escarpias: vemos que el país más poderoso de la tierra entra en una crisis que ni su propio gobierno puede detener y, cuanto más dinero recibe, más y más se hunde. Y vemos que los intereses de esta amplia Unión Europea son muy distintos porque muy distintos son los países que la formas y aunque la crisis nos toca a todo, no parece que desde Bruselas pueda llegar una solución ni mágica ni dolorosa. Vemos como al fin, el Banco Central Europeo baja los tipos pero la bajada ni siquiera se refleja en el euribor que es la referencia que marca lo que pagamos por nuestra hipoteca. Vemos más cosas, claro y no hace falta ser Solbes ni Montoro para darse cuenta de que el paro va a resultar insoportable porque es una pescadilla que se muerde la cola: menos cotizantes y más a pagar y que la crisis que también vive Alemania o el Reino Unido, puede repercutir muy seriamente en el turismo de la temporada que viene. Pero los ciudadanos tenemos una especie de intuición que la dicta el propio sentido común: el mundo entero no puede quebrar porque es definitivamente absurdo. ¿Entonces que puede pasar y quien tiene el dinero que falta? Pues es hora de advertir que vamos a vivir peor, que el estado del bienestar no va a ser lo que era y que el despilfarro que hasta ahora hacíamos en los grandes almacenes y en las farmacias, es posible que no se pueda sostener. Las palabras de los políticos pueden llevar el mensaje que quieran, pero lo cierto es que el llamado «gasto social» tendrá que resentirse por mucho que les duela porque no hay dinero. Y esa verdad tan elemental que «no hay dinero» para todo, es la única realidad a día de hoy y habrá que acostumbrarse. ¿Culpables? Pues un poco todos porque todos nos hemos empeñado en vivir por encima de nuestras posibilidades reales y muy especialmente los bancos que o no ha previsto o no han querido prever que estaban tocando fondo mientas nos escandalizaban a todos con sus sueldos multimillonarios y su inmorales blindajes. Yo no sé si aún se está a tiempo de exigir responsabilidades a los que más directamente nos han llevado a esta situación, me temo que no y me temo que cuanto han hecho ha sido escrupulosamente legal. Por eso, pese a que mi buen amigo José Antonio Segurado se llevara las manos a la cabeza, mi absurda idea de nacionalizar la banca va siendo hoy un hecho aunque debidamente encubierto y vergonzante. Pero eso es lo que está ocurriendo por ahí fuera y no sé cuando ocurrirá aquí dentro. Tiempo habrá, seguro.