EN BLANCO
El dinero
A QUIENES se educó, pese a ser pobres o precisamente por eso, en el desdén hacia el dinero, esto es, a considerar el vil metal como algo chungo, grosero y gérmen, junto a la ignorancia, de casi todos los males que afligen al mundo, les ha de parecer el actual crack menos horrible por sus fatigas personales que por el hecho de que sólo se habla, en todas partes y a todas horas, de dinero. Aquél estado del bienestar y del consumo convulso ha resultado ser un estado de mera supervivencia. Ya lo era cuando se ataban los perros con longaniza, pues la longaniza era prestada y había que pagarla, con el sobreprecio de los intereses, a plazos, pero se vivía en la quimera del oro y hasta el más garrulo se creía investido de una rara capacidad para la especulación y los negocios. Lo cierto es que tan demencial como que un ciudadano que gana 10 pague hoy 8 por vivir bajo techo era, hace un par de años, que pagara 7, pero la huída hacia adelante se antojaba infinita, y Dios, que prové a los pajarillos de sustento, no podía dejarnos a nosotros en la estacada. Toda la basura acumulada durante el último decenio, la ropa a la última y de usar y tirar, las cenas en caros locales de diseño donde se comía de pena, los cuatro o cinco coches por familia más las motos, las toneladas de juguetes a los hijos para compensarles del abandono y la soledad, los viajes a sitios infectos pero molones, el plasma que achata las imágenes en cada habitación, en fín, todo eso, se marchita fantasmal sin que lograra hacernos felices y sigue generando, cuando ya vemos que no sirve para nada, letras. Y sólo se habla de dinero y sólo se piensa en el dinero que, por lo demás, las personas honradas nunca poseeremos en la cantidad suficiente para extraer de él la única verdadera utilidad que podría tener: la de permitirnos, precisamente, no pensar en el dinero.