Buitres e hindúes

LOS BUITRES están en bancarrota en la India. De los treinta millones de ejemplares existentes en 1990 se ha pasado a un censo actual de 10.000 aves. Estas rapaces mueren por ingerir diclofenac, anti-inflamatorio de uso ganadero que les provoca un colapso renal. Para evitar la extinción vulturina se ha prohibido el diclofenac, sustituido por un medicamento inocuo, el meloxicam, además de crearse tres aviarios, cada uno con setenta y cinco parejas de las tres especies de buitres del Indostán. Los problemas derivados del bajón buitresco son tremendos. Los indios comparten hogar con doscientos millones de vacas y búfalos, reses que la religión hindú prohíbe comer. Por ello, sus cadáveres quedan donde mueren y, antes, en minutos, los buitres los devoraban. Ahora, para evitar enfermedades, las autoridades deben encargarse de la incineración o sepultura de las vacas sagradas. Otra complicación del ocaso de los buitres es la explosión de perros callejeros. Por ejemplo, en el basurero de Delhi, en el que, hace poco, diez mil buitres devoraban los restos bovinos, una cifra similar de canes cimarrones los ha sustituido, con fuerte incidencia de la rabia. Los más enfadados son los parsis, discípulos de Zoroastro que ni incineran ni entierran a sus muertos. Los depositan en dokhmas, torres a las que acuden los buitres a comer carne humana. Al ofrecer sus deudos a las aves del cielo, los parsis no profanan los elementos sagrados: tierra y fuego. En ausencia de buitres, colocan en las torres funerarias baterías de reflectores solares que chamusquen los restos mortuorios, aunque hay negociaciones con espacios naturales españoles -en concreto con los de Doñana, Monfragüe, Arribes del Duero, Ordesa y Picos de Europa- para que autoricen la colocación de alguna dokhma con finados parsis, a beneficio de nuestros hasta ahora prósperos buitre leonado y buitre negro. Mientras, las Torres del Silencio de Mumbai siguen casi vacías de los aleteos de los benefactores buitres bengalíes, comedores de difuntos.