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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La rebelión del Bierzo

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO CIERTO es que nunca, que se sepa, los leoneses de la capital del Viejo Reino hayamos enarbolado la bandera de la disputa. Cada una de las nobles partes de la provincia, incluyendo incluso aquellos lugares escondidos o perdidos en la gran memoria, ha compuesto su sinfonía y ha impuesto su música peculiar. Y sin prisa pero sin pausa, cada una de las porciones de la capitalidad que nos corresponde ha conseguido al cabo del tiempo establecer su signo peculiar. Y Ponferrada no es más que Cacabelos o que Villafranca ni la capital le disputa a Ponferrada ninguno de sus atributos ni la propone tratos oficiales de favor, en detrimento de los derechos justísimos de las tierras florecidas y animosas del Bierzo. Confieso como prueba de esta especial manera de entender la relación de los pueblos que durante más de veinte años, ganado por el Bierzo y sus hombres más representativos, me presté a figurar entre los hijos verdaderamente adoptivos de Villafranca y que durante un tiempo singular acudí a la llamada de algún poblado de la composición berciana: Cuando no me sentía llamado por la poesía era por el entendimiento muy personal y singular de la política que por aquellos apasionados tiempos urdía sus mejores y más valerosos signos. Y hubo un momento histórico y doliente en el que la sangre berciana fue derramada hasta empapar los rincones más entrañables de las tierras de Antonio Pereira. Pese a esta actitud de los leoneses de la capital nunca conseguimos establecer los lazos de entrañada fraternidad de los unos con los otros, y sin saber por qué estimación quizá un poco aldeana, ni Ponferrada aceptaba hegemonía bercianas, ni se alcanzaba por parte de los bercianos, la minoría de edad de los leoneses. Y en algunas visitas azarosas de los unos y los otros se conseguía descubrir esta complicada rivalidad surgida de la nada. Las paradas de las viviendas en algunas calles ponferradinas ofrecían muy dolorosos y hasta agresivos apelativos y a los que íbamos de bercianos de amor y de honor, nos dolía no haber sabido apaciguar talantes de escasa serenidad. Pese a esas actitudes, siempre ha surgido una voz dispuesta a imponer sus derechos, que nadie discute para contrastar los adelantos a las glorias del bercianismo que consideran discutidos y aún arrebatados por los políticos a los arbitristas de la capital. Y en los últimos días hemos seguido con cierto estupor la actitud levantisca y peleona, nacida del Partido regionalista de Don Tarsicio Carballo, por lo que se afirma «que si la facultad de medicina, por la que tanto y con tanto de nuevo batalla la capital se implantara en León capital en lugar de arriba en el campus de Ponferrada sería un atropello contra el pueblo berciano». Afirmación que nos ha movida a eludir cualquier forma de réplica porque lo que es bueno para la capital no debe ser tenido como un atropello para Ponferrada, por ejemplo, sino todo lo contrario. Y añade: «si es preciso sacaremos a la gente a la calle». ¡Y no es eso!

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