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Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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HACE DIEZ AÑOS, Juan F. Martín Seco publicaba un libro, Réquiem por la soberanía popular , en el que reflexionaba sobre el Estado actual y sobre las relaciones entre el poder político y económico. Lo hacía confrontando a Maquiavelo y Rousseau. Aquél, con el realismo casi insolente que le caracterizó en vida, entiende la actual democracia como un disfraz del que se sirven los poderosos para hacer creer al pueblo que se gobierna de acuerdo con sus dictados y preferencias, lo que es absolutamente falso y erróneo; hoy el príncipe, es decir el poder real, no está en manos del pueblo ni de los políticos, no lo es el partido como pensaba Gramsci, sino los dueños del dinero, del capital, donde verdaderamente reside el auténtico poder. Rousseau, teórico de la «voluntad general», moviéndose en el mundo del deber ser, sigue soñando en una sociedad más libre y en unas formas de gobierno con las que se pueda alcanzar la utopía de la igualdad, la justicia y, en definitiva, la felicidad. Reflexionando sobre la corrupción, Rousseau interpela a Maquiavelo sobre el sentido de lo privado. Convendrás conmigo, le dice, que hoy lo privado es menos privado de lo que nos quieren hacer creer, pues los gestores privados manejan, en la mayoría de los casos, recursos ajenos; por lo que su incompetencia, negligencia o corrupción recaerán sobre un gran número de personas: accionistas, pequeños ahorradores y trabajadores, que serán los primeros en sufrir negativamente los resultados de sus acciones. Pero hay más, pues debido a la compleja realidad económica, los problemas de unas empresas repercutirán en otras y, en último término, sobre el Estado, el cual no permitirá que se desplomen sectores estratégicos o vitales. Como ejemplos, Martín Seco, cita premonitoriamente el de las entidades financieras. «Sus peripecias, dice, afectan a millones de depositantes y sus crisis terminarán recayendo, por tanto, sobre el erario público». Lo mismo ocurre con otras actividades, hoy sin competencia, como el gas, la electricidad, las comunicaciones, etcétera, cuyas dificultades se trasladan a los consumidores, que en definitiva son los que pagan siempre la incompetencia o corrupción de sus administradores. Maquiavelo admite las reflexiones de Rousseau, recordándole cómo él en otro diálogo anterior, le hablaba de la hipocresía de la sociedad actual, que relega la ética sólo al mundo político, mientras libera de ella a la economía y los negocios; pues cínicamente recuerda, que el príncipe -es decir lo económico- debe estar siempre libre de ataduras morales. Al príncipe no se le puede ahormar en el estrecho margen de las reglas y los preceptos; campa por sus respetos. Por eso, la corrupción quedará impune. «Sólo los políticos, que al fin y al cabo son simples servidores, reflexiona Martín Seco, serán juzgados y condenados». Pero todo, recuerda Maquiavelo, dentro de un orden. La lucha entre las distintas formaciones políticas nunca puede llegar más allá de lo conveniente, ya que todas sirven al mismo príncipe. Derechas e izquierdas no son más que cortinas de humo que ocultan el rostro de los verdaderos amos del negocio. El presidente Rodríguez Zapatero, un socialista, quiere estar en Washington en la cumbre en la que se va a refundar el capitalismo; Rajoy, jefe de la oposición, le apoya en sus pretensiones. No hay más que matices personales, cuestión de celos, imagen y votos; nada más. No está mal como confirmación del realismo cínico de Maquiavelo sobre la realidad del poder y de a quién sirven los políticos.

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