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TRIBUNA

San Marcelo, ¿objetor de conciencia?

Publicado por
JULIO DE PRADO REYERO
León

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HOY DÍA 29 de octubre la ciudad de León celebra la fiesta de su patr ono San Marcelo, oportunidad muy a propósito para cono cer la faceta más característ ica de este contestatario centurión y analizar su valiente conducta. Con este fin tend remos que situarnos en la segunda mitad del siglo III del cristianismo bajo el mandato del Emperador Diocleciano, que se caracterizó en sus comienzos por su política de tolerancia con los muchos militares ya cristianos, entre los que se contaba el Centurión Marcelo, que viene a León al frente de la Legio Séptima Gemina, pero que en la segunda mitad de su imperio se destapa con una cruel persecución contra los cristianos que se le encomienda llevar a cabo a Galerio alcanzando al centurión Marcelo, que tanto había contribuido, como otros muchos militares a la cristianización de nuestro territorio. Según la Pasión escrita en aquella época el día 21 de julio del año 298 se celebraba la fiesta del natalicio del emperador, estando prescrito entre los actos a celebrar ofrecer incienso a la estatua y estandartes del emperador, a lo que se niega rotundamente nuestro centurión por considerarlo un acto de adoración o culto únicamente debido a Dios a lo que se opone raso por corriente prefiriendo arrojar la espada y sus insignias a sus pies, renunciando así a su cargo al tiempo que exclamaba en voz alta: «no podría militar bajo estos estandartes sino bajo los de Jesucristo, Hijo de Dios Omnipotente», siguiendo así el consejo del Señor: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» y la práxis apostólica: «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres». Por otra parte, ya con anterioridad a Cristo, Sócrates puede ser considerado como uno de los precursores de la objeción de conciencia, que defendía entre sus compañeros filósofos con la libertad que le caracterizaba, diciéndole a uno de sus amigos: «nunca podríais rebatir la verdad, querido Agatón, en cambio rebatir a Sócrates te será fácil». Asimismo los romanos que heredan y aceptan la filosofía de los griegos han incorporado a su Derecho este principio: «la voluntad del príncipe tiene categoría de razón» lo mismo que la legalidad de compra, posesión y venta de esclavos, que será el cristianismo, haciendo prevalecer la ley evangélica del amor, el que se oponga y haga frente a estas y otras muchas aberraciones, obedeciendo en lo posible a las autoridades y orando por ellas según lo aconsejaba San Pablo, quien por cierto como ciudadano romano, que es también cuando lo considera justo apelara Roma, después de objetar las sentencias de los tribunales de justicia judíos. Por otra parte a la hora de la celebración del Concilio Vaticano II el entonces teólogo Ratzinger manifestándose contra todo tipo de cerrazón que tratase de considerar incompatibles fe y razón, aseguraba que en su armonía la fe se hacía más razonable y la razón más fiable como así lo intuía ya en el siglo XVI el filósofo y ensayista inglés Francis Bacon cuando advertía que «la poca filosofía inclina la mente del hombre al ateísmo, más la profundidad en la filosofía conduce el entendimiento del hombre a la razón» por lo que un siglo más tarde el francés Blas Pascal volvía a prevenirnos de estos dos excesos: «excluir la razón y no admitir más que la razón», llegándose por este camino a crear la «diosa razón», mientras que Kant ya prefiere hablar de la «razón crítica» afirmando que «dos cosas llenan el espíritu de admiración y espíritu siempre nuevos, encima de nosotros el cielo estrellado y la ley moral dentro de nosotros», pudiendo sacar ya nosotros mismos conclusiones como esta del P. Feijóo en su Teatro crítico universal : «a quienes no persuadieron la experiencia no ha de convencer la autoridad». Jamás se debe de pedir una obediencia ciega e irracional como muy bien ya lo expresó hace mas de cien años nuestro paisano Gumersindo de Azcárate, al señalar que «aunque la ley sea ciegamente respetada debe ser libremente discutida». Y esto es lo que justifica la conducta de San Marcelo al cuestionar el mandato del emperador, de sus intermediarios y jueces por imperativos de conciencia como lo justificaba ya en el siglo I de la Iglesia San Policarpo de Esmirna, quien a pesar de los muchos halagos y promesas de libertad que se le hacen se niega traicionar a Cristo y a su conciencia o ya en fecha mas cercana a nosotros el obispo Romero que se sacrifica por su pueblo a sabiendas de que toda sociedad medianamente organizada trate por todos los medios de defender su sistema, aunque estos a pesar de ser en la mayoría de los casos «legales» o sean buenos, correctos o justos. A pesar de que el artículo 18 de la Declaración de los Derechos Universales reconoce que «todo individuo tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión» una falsa «legalidad», que invade áreas que no le corresponden hace necesario, como es el caso de San Marcelo cuestionar algunas de estas leyes, pues según se expresaba ya Santo Tomás de Aquino: «la simple ejecución no es siempre por si misma positiva. Hay más bien casos en que la obediencia y toda forma de responsabilidad con el poder tienen un valor negativo, puesto que la obligación moral de obedecer tiene límites dentro de los mismos límites que lo permita el orden de la justicia». En este sentido se manifestó aún más clara y expresamente el Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa: cada uno está obligado a seguir su propia conciencia», pudiéndose decir que en este sentido el magisterio de la Iglesia nos ayuda a formar una recta conciencia y disce rnir lo que es positivo o lo que es negativo a la hora de analizar y cuestionar principios generales, políticos, religiosos, morales, éticos o de a cualquier índole.

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