Diario de León

EL MIRADOR

Los sueldos de sus señorías

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MENUDA polémica. Resulta que solamente cuarenta y cinco diputados, de un total de trescientos cincuenta, se dedican exclusivamente, en cuerpo y alma, a las tareas parlamentarias, según nos ha revelado un informe periodístico. Los otros tienen 'algo' más, un complemento, un sobresueldo, otra actividad secundaria para la que han recibido, por supuesto, el correspondiente permiso de la comisión de incompatibilidades. Y ha faltado tiempo para que se alcen voces exigiendo que los parlamentarios tengan una mayor dedicación al escaño, sin dispersarse en otros afanes laborales. ¿Necesitan nuestros políticos ganar más dinero? Cierto que el sueldo de los parlamentarios españoles está casi a la cola de sus colegas europeos, sin por ello ser una miseria: sesenta mil euros de media anual para un diputado de a pie, teniendo en cuenta lo que generalmente trabajan Sus Señorías -ya sé, ya sé que algunos sí dedican muchas horas al tajo parlamentario; son los menos-, no es salario tan exiguo, aunque no resulte un dispendio. Pero mi discrepancia con quienes exigen más fervor (y más horas) a diputados y senadores no estriba en cuestiones que tienen que ver con el vil metal: por extraño que parezca, yo abogo porque un parlamentario pueda compatibilizar esta actividad con otr as, siempre y cuando se respeten algunos requisitos: que no le ocupe la parte principal de su tiempo, que no tenga conexiones con el sector público o que no se inmiscuya en su labor en la Cámara. Pero no acabo de entender por qué un diputado o senador que es abogado no puede ocuparse, a tiempo parcial, de su bufete, o un médico de sus clientes, o un periodista de sus artículos y colaboraciones, o un industrial de su fábrica, o un maestro o catedrático de algunas de sus clases. Lo que España necesita no son parlamentarios culiparlantes, atentos a la voz de mando del jefe y temerosos de que, si producen la más mínima protesta, serán arrojados al averno, al llanto y crujir de dientes y dejados poco menos que en la indigencia porque, fuera de la política, no tienen oficio ni beneficio. Y porque vivir fuera del Presupuesto del Congreso o del Senado es, para ellos, vivir en el error. Y ya se sabe, como dijo aquella célebre ministra, que el dinero público no es de nadie, as í que se puede gastar alegremente. No hay cosa que más me asuste que esta casta naciente de políticos profesionales, carentes de estudios de cierta relevancia o de práctica profesional que pueda considerarse digna de tal nombre, acostumbrados al calor de hogar de la sede partidaria, a la comodidad de la obediencia al aparato, a los viajes gratis total, a los restaurantes francamente caros y a la tarjeta de crédito a cuenta de la «organización». Pero así están, en no pocos casos, las cosas: desde las juventudes de las formaciones se asciende a las ejecutivas regionales, luego a la nacional y, en cuanto te descuidas, te han hecho secretario de Organización, o de Finanzas. Y todo ello, sin haber dado un palo al agua, o al menos al agua que no pase por el cauce severo del partido. Y luego se extrañan de que la talla intelectual de la clase política -de una cierta clase política, si usted quiere- disminuya...

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