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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SIN DUDA alguna el ser más aparatoso de la creación (exceptuando las ranas de charco y especialistas en municipios en decadencia) es el hombre. No el hombre singular, original, específico, sino el hombre imprevisto, aquel al cual, en un momento singular, de su biografía le da por viajar al Nepal o arriesgarse en una experiencia común escalando el Everest. Porque al cabo de las experiencias acumuladas por los estudiosos hombres raros que les hay a patadas; pero personajes extraños, extravagantes y únicos, naturalmente sólo quedan unos pocos. Y menos cuando sus excentricidades suponen una gasta superior a la trampa acumulada por los países ricos en este tiempo de recesión, de crisis o de manipulaciones financieras. Nadie, ni los más seguros de sus propios cálculos están segurosos de poder abrir los ojos y la boca con idéntico acento y parecido talante al que cierra su período 08-09, que va a ser tan raro, difícil e imprevisto que será acogido y escrito en piedra como irrepetible. Como todos ustedes conocen, para su desasosiego, el mundo, desde Bulgaria hasta Tanzania, anda mal, muy mal, tan pésimamente mal que hasta los más optimistas cierran la puerta con llave y guardan el dinero bajo el colchón matrimonial. El miedo se ha apoderado de la sociedad tal como nos la han dejado los brujos de la política, y se cierran talleres y se apagan industrias hasta convertir la tierra, el suelo, los espacios en campos rasos, espacios de soledad, mustio collado y patria de parados. Todos los días cuando amanece, se levanta el amenazado con quedarse sin trabajo y pregunta a los pájaros de las nieves: «Pajarito, pajarito ¿me puedes garantizar el trabajo hasta mañana?». Como consecuencia de este estado de ánimo y de las escasas esperanzas que ofrecen los encargados de dirigir la orquesta universal, se cierran centros de cultura y se abren lugares de alterne. Y un buen hombre, sin duda, vecino de alguna ciudad fabulosa de los Estados Unidos, dotado con todos los bienes de este mundo y del otro, para sacudir el tedio que le corroe, no se le ocurrió, por ejemplo, dedicar algún dinero a proporcionar escuelas para negros y zonas sanitarias de libre acceso, para niños de la calle, que sería una acción digna de ser elogiada y hasta inscrita en los anales del país como los presidentes que consiguieran apropiarse de tierras y de bienes generales a cuenta de la habilidad bursátil que el Sumo Hacedor les dotare. El tal personaje, asombrosamente original, haciendo oídos sordos ante los males que acongojan al mundo, en lugar de acudir con sus millones de dólares o de euros o de rupias para salvar de la desesperación el mundo amenazado, separó de sus dineros, un puñado de 35.000 millones y adquirió mediante este acto benemérito el derecho a viajar al espacio. Fue un alarde de valentía, de misericordia, de colaboración con el mundo acosado, amenazado y a punto de irse a la mierda. Pero el pobre aburrido señorín de las Américas de Guantánamo, se fue de viaje al espacio... ¡Buen viaje, señor!