EL RINCÓN
¿Quién da la vez?
AL LARGO lagarto de la pobreza lo primero que se le ve es la cola. Ya se están contemplando por algunas calles las hileras monacales que forman los pobres en busca de comida. No quiero exagerar, sino testificar. Al fin y al cabo de la calle, para mí no es un espectáculo nuevo. La esencia de las ciudades es cambiar, pero ahora regresan imágenes de mi infancia bombardeada, personas que forman cola para buscar comida. La diferencia más ostensible es que los sitios donde se hace el reparto no se llaman Auxilio Social, sino ONG, que por algo estamos en el llamado siglo de las siglas. Odio las colas que no tuve más remedio que frecuentar porque era un niño moderadamente obediente y me mandaban a ellas. -Niño, tienes que hacer un mandado- me decían reiterativamente. Empuñaba la Cartilla de Racionamiento, que era el best-seller de la época y me cortaban un cupón a cambio de un puñado de azúcar, de un compacto trozo de jamón o de un fragmento de almuerzo. Cosas que se necesitaban para vivir, ya que se estaban acumulando muertos de distintos colores, quizá para poder desenterrarlos y enarbolarlos setenta años después. Había cupones para todo. Si se moría el abuelito y era uno de esos extraños difuntos que lo hacía de muerte natural, se ocultaba su óbito para seguir en posesión de la llamada Cartilla de Fumador. Ahora están volviendo las colas. Los alineados son en su mayoría inmigrantes, pero no puede decirse que no abunden los compatriotas acuciados por el pago de una hipoteca creciente o por el desempleo. Ha sido todo muy brusco y se han renovado los pobres. ¿Será plano el tiempo? ¿Será mi vida capicúa? Lo que vi en la infancia lo estoy volviendo a ver en la vejez, al cabo de los años. Y la verdad es que no dan lo mismo ocho que ochenta.