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CRÉMER CONTRA CRÉMER

No ganamos para gastos

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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HASTA Gallardón, el ilustrado alcalde de Madrid, se opone a que los míseros obreros sin trabajo, se ganen el pan mediante el procedimiento tradicional de colocarse a la espalda un anuncio exponiendo productos lácteos o toda clase de artilugios de oro, plata y hojalata. Porque lo importante no es lo que se anuncia, sino lo que se utiliza como instrumento. Dice el señor Gallardón que el procedimiento de convertir a un ser humano portador de valores eternos, que se decía en los tiempos felices de la regencia de un señor de la milicia, en una ingrata forma de reducir a la condición de la indignidad de la especie humana, y que en virtud de los poderes que por su condición de alcalde bien pagado dispone es para prohibir y prohíbe la fórmula laboral de deambular por las plazas y callejas de la urbe con el anuncio pegado a las espaldas. Y es lo que me digo yo y se repetirán los interesados en la seguridad del Trabajo: «Muy señor alcalde. Es posible que tenga usted razón y que no sea nada brillante ni destacable convertirse en una forma de camello ilustrado para poder tener acceso a la Bolsa del Trabajo, cubriendo de esta manera las necesidades económicas, culturales, teológicas y gastronómicas de la esposa, ya en el límite de la desesperación, de los hijos que no ven un filete aunque fuera de vaca ni por las Fiestas de San Roque y por la estabilidad familiar. Porque de la dignidad a la que usía alude, señor alcalde, la cuido y la defiendo yo y el hecho de que yo, mísero de mí, me vea reducido a la lamentable condición de hombre-anuncio, se debe a que no tengo ningún otro empleo a la vista y en vano llamo a todas las puertas, alegando mi condición de español con el mismo apetito, quizá, que el que usía alimenta, porque usía, señor alcalde, cuando la necesidad le apriete podrá acudir a satisfacerle de inmediato, bien a su despensa particular o a la del municipio, pero un servidor, señor alcalde no tiene a dónde ir, ni a dónde caerse muerto de hambre, y de ahí la necesidad de agarrarse al oficio y el beneficio que le pueda reportar un dinero lo suficientemente generoso como para poder asistir a mis hijos y a mi bella esposa y a mí mismo, señor alcalde, porque da la circunstancia política y administrativa que yo también como y ceno algunas veces. Pese a estos reparos convengo con usía que, efectivamente, destinar a los seres humanos que se ven obligados a trabajar a ofrecerse de hombres-anuncio, no es nada digno, se utilice a los senegaleses que han desembarcado de patera huyendo de las hambres originales, o se utilicen los residuos humanos que exhiben sus hambres por todo el país, portando sobre sus espaldas la señal no solamente de su misericordia, señor alcalde, sino la derivada acaso, tal vez, quien sabe, de sus torpezas como figura representativa del poder. Efectivamente, señor alcalde, no es nada digno de exhibición social un hombre exhibiendo acaso los motivos de su miseria, pero tampoco usía tiene autoridad moral para prohibirle la posibilidad de conseguir un sueldo de miseria a mi familia por salvar la dignidad municipal que le da a usted de comer. Desautorice usía el espectáculo del hombre-anuncio, pero no sin ofrecerle un trabajo digno, y gritaremos entonces ¡Viva Pérez de Guzmán!