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León

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A LAS 9,30 de la mañana, 191 diputados no estaban ayer en sus escaños, en plena sesión de control al Gobierno, incluido entre los ausentes quien debía formular una pregunta al ministro Solbes sobre la incidencia de la crisis en el paro. El caso se presta a chiste, salvo porque no tiene ninguna gracia. A esas horas, la mayoría de sus colegas europeos ya llevaban un par de horas trabajando para refundar el capitalismo, pero también para que los ciudadanos tengan buenas universidades y hospitales. En el descrédito de nuestro Parlamento no deben pagar justos por pecadores, pero esto no exime de culpa a un sistema que permite que un diputado vago pueda seguir siendo incluido una y otra vez en una lista electoral. Alguna vez he escrito en esta columna sobre la diferencia entre ajetreo y trabajo. El tejemaneje diario, contar chistes en el bar del Congreso, abuchear al orador rival, hacer declaraciones faltosas, dejarse ver en un evento, todo ello en un mismo día puede resultar muy agotador, pero es sólo mero ajetreo; en cambio, trabajar implica mucho más: ser resolutivo (o intentarlo), escuchar propuestas y formularlas, leer informes, recibir, pensar, votar¿ En todos los partidos hay quienes trabajan por diez compañeros, el problema es que los vagos también cobran con dinero público, y además tienden a perpetuarse. Nuestro respeto para aquellos políticos que cumplen cada día con su labor, desde el Gobierno o en la oposición, pero ¿cómo no condenar la pereza cínica e irresponsable de tanto invisible? Una gripe la pilla cualquiera, pero aquí hemos estado escribiendo sobre otra clase de virus, es decir, de ausencias. La crisis no va con ellos, nada va. Algunos gandules, además de no madrugar jamás, presumen de haber inventado ellos la siesta.

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