CRÉMER CONTRA CRÉMER
¿Qué será de nuestros mayores?
Y YO NO DIGO que nuestros mayores estén a punto de declararse en ruinas, porque un anciano, un viejecito, un abuelo siempre espera poder cumplir cien años cuando menos. Y así que se aproxima a la edad suprema, con sus cien años sobre las espaldas, procura por todos los medios subsistir, aún cuando se le ofrezcan escasas ocasiones de superar la cifra mítica. En España el índice de mayores es ya superior al de los adolescentes y al de mujeres maltratadas. Se les puede encontrar preferentemente en los jardines municipales, con bancos, en las solanas, donde se reúnen con los compañeros de su pueblo y en las colas de los centros donde puede recoger el volante para que le atiendan en la S.S. (Seguridad Social para los enfermos). Se les contempla con cariño, pero con la más absoluta indiferencia. Ha pasado ya su tiempo y la sola esperanza es que los responsables de la llamada «cosa pública» se den cuenta de su presencia en la zona y que repartan los bienes del común entre la recomposición del tejado de la iglesia parroquial y las necesidades del aeropuerto y del pelotón, al mismo tiempo y con idéntica diligencia que las atenciones sociales que afectan a los valetudinarios. Desde que las chicas buenas se hicieron cargo de la representación política, con la amenaza d e conseguir, no tardando, la jefatura del Gobierno, los ancianos andan de cabeza sin acertar a dar con la ruta para seguir con vida. Cada día mueren de la enfermedad de «ancianidad congénita» hasta doce ancianos y si la enfermedad adquiere la virulencia del frenesí que acomete a las vacas locas, no quedará un viejecito, para acariciar a los niños, para contarlo. Desde todos los ángulos de la vida comunal se puede apreciar el despego, la indiferencia y hasta el abandono que reúne o dispersa definitivamente a los viejos: La Sociedad democrática y bailona no acepta que el anciano, como en las épocas de los abuelos sin remedio, ocupen un puesto real en la vida y para evitar su presencia y su influencia empiezan a proclamar que lo que están componiendo es una sociedad joven, activa, ambiciosa y aficionada al botellón. Y a nadie se le ocurre dejar un hueco para que los ancianitos ocupen su plaza y puedan soñar en Casas de Recogida y de atenciones múltiples con la pretensión de alcanzar los años del abuelito, ya que no su posible sabiduría. Hemos conseguido con la política del cambio efectivamente cambiarlo todo y, como dijera aquel político de lengua vespertina, ya no le conoce ni la madre que le trajo al mundo. ¿Pero a qué mundo? pregunta el infeliz. Y la chica mona, con el ánimo dispuesto a ocupar todos los espacios, contempla al ancianito y no es que le rechace, es que ni le mira. Y el mayor, sea hombre, mujer o animal de compañía, acaba muriéndose solo, fané y descangallado, como en el tango de Gardel, pero en viejo sin remedio... ¡Joer!, qué futuro el nuestro, los mayores, y peor aún cuando nos ahoga, nos acoquina la crisis o la desaceleración que viene a ser lo mismo, pero en inglés.