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Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO
León

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LOS JUECES están que se salen. Y han salido a la calle en protesta corporativa. Argumentan no estar en consonancia con su ministro por la sanción económica impuesta a un colega, el juez Tirado de Sevilla. Y mira tú, por una nadería, un desliz sin importancia de su señoría, aprovechado por un pederasta impenitente que borró de este mundo a una inocente criatura. Entre los salidos, el señor Baltasar Garzón, el juez por antonomasia, hombre de aire serio y circunspecto, modesto sin paliativos, pero competente y audaz donde los haya. Desde que fue nombrado magistrado de la Audiencia Nacional, allá por 1988, lleva cuatro lustros actuando de forma eficazmente discreta. Primero en su lucha contra la ETA, luego ocupándose, en una primera entrega, de los GAL, hasta conseguir la condena de los policías Amedo y Domínguez. Después fue la droga objeto de sus desvelos con la «operación Nécora», contra los Charlines, Miñancos y otras hierbas. De perseguir a los traficantes de drogas pasó a los de armas, cercando al traficante sirio Monzer Al Kassar. Pero un tanto hastiado de aplicar justicia, abandonó la carrera judicial por la política, y se presentó como número dos de las listas del PSOE en las elecciones de 1993. Pero la decepción fue mayúscula cuando el éxito en la elección como diputado le reportó un puesto menor de delegado del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas. La frustración le hizo abandonar el escaño y retornar a la carrera judicial, pista por la cual no debería haber dejado de correr. Se dijo que, por despecho, exhumó el asunto de los GAL, obrando contra la cúpula socialista. Su última etapa se ha hecho internacional: el «caso Silingo», en la Argentina; pero, sobre todo, el «caso Pinochet», el dictador chileno al que por un pelo del Reino Unido no logró extraditar a España como responsable de desaparición de ciudadanos españoles. Ahora el juez Garzón ha vuelto a casa, sintiéndose competente para instruir los crímenes de la Guerra Civil y del franquismo. No me meto en los tejemanejes judiciales, pues el asunto es extremadamente complejo y repleto de triquiñuelas legalistas. Pero en la crítica al juez, veo la postura medrosa de un «reabrir las heridas» aparentemente cicatrizadas por una Ley de Amnistía, exponiéndonos a que Saturno abra de nuevo sus fauces furibundas devorando a sus hijos en esta piel de toro donde «siempre anda errante la sombra de Caín». La dictadura franquista se llevó por delante a todos los que pudo convictos de haberse excedido criminalmente en su celo republicano, especialmente contra los eclesiásticos. Conviene advertir, que antes de la Guerra Civil, el español era un tipo que iba siempre detrás de un cura, ora con un palo, ora con un cirio. ¡Cuánto ha cambiado la sociedad española desde entonces! Ahora son los pocos curas que hay, y no todos, quienes vienen detrás de nosotros con un ejemplar de «Educación para la Ciudadanía», la «Ley del Aborto» y un «condón», exorcizándonos para evitar nuestra condenación. Pero la dictadura de su «excelencia superlativa» se excedió lo suyo contra gente de orden, para quienes el «glorioso movimiento» pues era, simplemente, eso, un modo de moverse con elegancia. Si hay oportunidad para descubrir y condenar (aunque nada más sea en efigie) a responsables de crímenes, ¿a quién perjudica? Podemos estar hablando de los Reyes Católicos hasta el fin de los siglos, pero de Franco y del franquismo, ¡ah! no, eso no, es mejor dejarlo porque es ir «contra la reconciliación y la concordia». El franquismo es una etapa, para unos, de mejor vida y porque vivíamos más jóvenes; y para otros, la más aciaga de la historia de España. Y como cualquier otra etapa, debe ser objeto constante de investigación histórica. Y el que se pique por ello, lo único recomendable es que se rasque. La exhumación no la mueve el odio, ni el rencor, ni el carácter vindicativo, sino el deseo de hacer justicia, esclarecer la verdad, colocando dignamente los restos difuntos de quienes lo deseen, y aireando testimonios y documentos para que las gentes implicadas ocupen el lugar de la historia que dignamente o indignamente les corresponde. Me gustaría tanto saber quiénes asesinaron vilmente a Álvaro López Núñez y a su hija Esther junto a las tapias del cementerio de La Almudena de Madrid, aquel septiembre de 1936, como el energúmeno que cobardemente me golpeó en la comisaría de la calle Villabenavente de León, a indicación del celebérrimo comisario Claudio Ramos Tejedor, una noche de enero de 1968, por no decirle lo que quería que dijese. Si las cosas van en esa dirección investigadora, una lanza por Garzón, y en forma de canción que me ha prestado mi amigo Gavilaso de León. Pónganle la música de «La Estudiantina Portuguesa» y ya verán que bien les suena. «Cuando en España imperaba el «Felipato», contra la ETA y su vicio de matar. formóse un grupo de pistolas paralelas que bautizaron con el nombre de los GAL. Y de esta guisa tantas muertes se juntaron, cuyos autores fue preciso desvelar, que a la guitarra de Garzón y sus palmeras, Michel y Amedo se pusieron a cantar. Ay Baltasar, por qué te quiero tanto, será, será por tu manera de trincar, a los que roban, matan y trafican, sean del cártel, de la ETA o de los Gal. Los dos cantantes no triunfaron como artistas, sus bulerías fueron el hazmerreír, a Baltasar, a la sazón, el guitarrista, de ello culparon y pusieron a parir. Mas no contentos de achacarle su fracaso, le calumniaron e inculparon sin piedad, que por despecho y rencor al «Felipato» sacó del nicho las miserias de los GAL. Ay qué dolor, qué sinsabor, qué rabia, a mi Garzón que me lo quieren acallar, el mejor juez que ha nacido en España, el más apuesto de la Audiencia Nacional. Rompo una lanza, mil por ti, si las tuviera, me parto el pecho, la espinilla o la cerviz, invito a ustedes los de dentro y los de fuera a que se alisten en la lucha contra el vil, se llamen Veras, Barrionuevos o Corcueras, Galindos. Josus o Pedritos de Andoain, basta de sangre, de secuestros y peleas, nosotros todos vamos a cantar así. Ay Baltasar, por qué te quiero tanto, será, será por tu manera de trincar a los que roban, matan y trafican, sean del cártel, de la ETA o de los GAL».

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