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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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FRENTE a toda parafernalia biográfica que pudiera atribuírsenos, la verdad de la pasión de mi heráldica fue siempre la del Duque de Alba... A mí aquel bravo caballero recorriendo Europa para afirmar la dinastía, me encantaba y conseguía elevarme hasta situaciones de exaltación, cuando el de la torcida espada y la capa colorada hacía su presencia ante los nobles de Europa para poder dejar estampada, como un mote y como un reto aquella frase del poeta garbancero, Eduardo Marquina, que decía algo así como para amaros, señora... Y el Duque, una vez repetida la frase y cedida para que los españoles la repitieran por todo el ámbito de la Península Ibérica, regresaba a Alemania o se enfrentaba a los rebeldes nobles de los Países Bajos. Pasados los años y muertos y enterrados los unos y los otros, a los españoles de la época solamente nos quedaba el noble Conde de Gaviria. Y apoyados en el talante sereno, popular de la Condesa, quedó establecido bajo la luz heráldica de los chopos filosóficos el Reino de León para siempre: Y hasta tal punto quedó metido en el antifonario de León la letra y la música de su aristocracia, que hasta cuando la gente del pueblo se permitía la licencia de citar al Conde y a la Condesa, se entendía que nos referíamos a nuestro Conde Único y a nuestra Condesa inolvidable... Nos quedó como recuerdo de nuestra jerarquía aristrocrática afortunadamente el Gran Ducado de Alba, el más frondoso y el más controvertido, siempre flotando altivo entre los vientos, buenos y malos, de Castilla, de España. Y cuando se agotaron las páginas que se prestaban al acogimiento de una cifra heráldica que acogía de hecho y de derecho a toda la España superior, con pintores, toreros y amadores, emergió de las aguas siempre alteradas de los mares históricos, el ducado de Alba, la Duquesa de Alba, concretamente, y sus impulsos sentimentales. Porque la Duquesa de Alba que nos quedó para nuestro orgullo y presunción civil, resultó una bella dama que una vez agotada la dulce compañía del esposo consagrado, encontró réplica en un sensible intelectual, que también murió en sus brazos, manteniendo su genio y sus altivas pujanzas ya en el año 2008 que fue cuando le nació a la señora un amor póstumo. Se produjo entonces la gran conmoción, y se mencionó seriamente el nombre del afortunado galán con aspiración de conquistar el castillo berroqueño de la Duquesa. ¿Otra vez? Pues sí señor. Y cuando la historia se apresuraba a recoger los signos y colores de esta época alterada con crisis y alteraciones sociales y económicas, la figura de la actual Duquesa de Alba se impuso. Y el nombre de Doña Cayetana, la insuperada e indomable cedió genio y figura. Y como sigue diciendo la canción «solterita se quedó». Fue la Doña Cayetana como la Batalla de Roncesvalles: Se dice en montes y valles / malas la hubisteis, señora, en esas de Roncesvalles... ¡Y viva Pérez de Guzmán! García Lorca diría ante un hecho tan dolorido: «¡ Todos los ojos / estaban abiertos / frente a la soledad / sepultada por el llanto...!