Diario de León

AL TRASLUZ

Vieja columna perdida

León

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UN AMIGO me llama para interesarse por una columna que escribí quizá hace una década, en la que contaba un encuentro que tuve por la calle con su padre. Y la columna no aparece, porque, sin fecha exacta o aproximada, toda búsqueda es mera metafísica. Nada, ha sido inútil. Un día aparecerá, de repente, como un resto arqueológico irrumpiendo desde el corazón de la tierra. En aquella columna, que recuerdo palabra por palabra, describía la contestación que el padre me dio al comentarle el gran éxito profesional de su hijo, de quien yo había leído en las páginas de economía que se encontraba en esos días por el lejano Oriente, en importante misión financiera: «¿Y qué hace tan lejos? Trabaja demasiado, apenas le vemos», dijo con sobria ternura. No medía a su hijo por los altos cargos logrados, sino por las ausencias, por lo que le añoraba; un sentimiento muy similar a ese «no vuelvas tarde», con que nuestros progenitores nos envolvían cuando éramos chavales. Nunca somos mayores ante la mirada de nuestros padres; y esto, que en la juventud nos puede incomodar, es uno de los descubrimientos más emocionantes de la existencia adulta. Nunca han dejado de preocuparse por nosotros, porque saben que aún somos quienes fuimos, que el niño aún permanece en nosotros. Ahora, ya fallecido su padre, busca aquella columna que en su día no pudo leer, por encontrarse por esos mundos recibiendo lecciones que ya sabía, pues todo lo esencial lo aprendes de tus progenitores, por identificación o por rechazo. Todos llevamos dentro aquello que no dijimos, o quisiéramos haber dicho más a menudo. El amor que recibimos, y el que damos¿ no hay otra herencia; de eso trataba aquella vieja columna perdida, y de eso ha tratado esta. De un buen padre, y de un buen hijo.

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