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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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NO HA habido sorpresa: todos sabíamos que uno de los dos iba a ganar. El veterano ha dado un ejemplo de señorío. Ha aceptado la derrota, más que nada porque no la considera derrota, ya que es eso que en ciertos países, el suyo por ejemplo, se llama un patriota. En cuanto a Obama, se ha convertido en la esperanza negra. (En boxeo se le ha estado llamando la 'esperanza blanca' a todos los púgiles más o menos pálidos que disputaban el mundial de los pesos pesados desde el imbatible Joe Louis. Salvo el interregno de Rocky Marciano, todos los grandes campeones son de epidermis oscura). En esta ocasión el combate ha sido duro y ha apasionado a más gente que en ninguna otra votación. También ha generado más esperanza. En general, la gente identifica la palabra cambio con mejoría. Cree que variar es sinónimo de ir a más, rectificando el pasado. Obama representa el inconcreto mapa de la esperanza. Un muchacho joven y valiente se enfrenta a pavorosos problemas con una sonrisa, después de superar obstáculos añadidos. A la esperanza la adjetivó Shakespeare de «engañosa», pero lo cierto es que no acertamos a vivir sin ella. ¿Irá todo mejor con el nuevo presidente? La Casa Blanca, aunque el presidente de la comunidad sea moreno, tiene muchos inquilinos y los más influyentes son los del Pentágono. Somos muchos los que nos hemos alegrado, pero todos antes de tiempo. De aquí a seis meses al nuevo emperador le lloverán las críticas por aplazar sus promesas, que han sido extraordinariamente abundantes y generosas. Entre ellas, la de «cambiar el mundo». Ahí es nada. Habría que cambiar la conducta de los dioses. De todos modos, que Bush tenga que irse a su rancho constituye un motivo de júbilo.