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León

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HAY algo que me ha gustado más que la victoria de Barack Obama. Es este pensamiento suyo que José Manuel Calvo recogió en El País el día de la victoria: «La clave del político es estar involucrado en algo que le apasione a uno. Da igual lo que sea: mejorar el sistema escolar, extender los cuidados médicos para los niños, desarrollar estrategias para no depender tanto del petróleo...». Si usted es político o política conviene que se pregunte en qué asuntos colectivos se involucra y qué le apasiona que no sean los relojes, los trapos o los coches. O las operaciones urbanísticas. Porque, así como en la economía se reivindica el peso de Main Street (la economía real) sobre Wall Street (la especulación que nos devora), en la política se requieren personas que pisen más la calle (como en las campañas, pero buscando soluciones para los problemas en lugar de votos) y calienten menos los sillones. Me consta que hay en la política personas que se dejan la piel, sobre todo en los pueblos. El percal que más pinta en la política -eso que ahora llaman perfil- es bien distinto. Lamentablemente. Pero hay algo que me ha gustado aún más de Obama: «Renunciamos a nuestro poder con mucha facilidad. Se lo entregamos a los políticos profesionales, a los grupos de presión, al escepticismo. Y la democracia sufre». Esa es la esencia del «Sí, podemos». Antes que Obama, con perdón, lo han descubierto miles de personas que se han organizado para transformar la sociedad allí donde la política sólo alcanza a hacerse fotos en nombre del dinero de la ciudadanía. Y quiero recordar hoy, en concreto, a ese voluntariado anónimo que ha dicho «sí, podemos» y cada día abren en el mundo rural centros de respiro de la Asociación de Familiares de Alzhéimer de León, a la que hay que felicitar por el premio al Desarrollo Social y los Valores Humanos de Diario de León, y por el excelente capital humano que nutre su causa. Sí, la clase política tiene mucho que aprender de Obama, el primer líder global. Y también mirarse en su vecindario y tomar ejemplo. La partitocracia está caduca... y es perjudicial para la salud democrática.