CRÉMER CONTRA CRÉMER
La Navidad ha venido
LA SANTA NAVIDAD del año de cuidado del 2008 hace tiempo que se ha manifestado por la forma tradicional: adquiriendo lotería. O sea, que en vista de que el año se anuncia cargado de grandes contradicciones, de tremendas presiones económicas y de incapacidades técnicas para s olucionar la carga de problemas que nos abruman, acudimos, con angustia, a la lotería que es la madre acogedora de todos nuestros quebrantos. A estas fechas adelantadas del programa navideño ya se han agotado o poco menos las papeletas de la suerte y con el alma en un hilo y la sangre coagulada ante la posible adversidad del año y sus señales más características entramos en coma... Y en estado de angustia existencial, temiendo lo peor de lo mejor, acudimos a los mecanismos tradicionales mediante el uso de los cuales pensamos en lidiar la suerte que pueda oponerse a nuestra felicidad. Y acudimos a la lotería y a la Virgencita ayudadora y el Cristo de la agonía. Y en ese estado, de rodillas, esperamos el milagro. Porque solamente un milagro puede salvarnos de la ruina, de la desesperación y de la emigración hacia tierras de mayor solvencia que esta nuestra querida y desventurada España, sometida a toda clase de presiones y sangrante ante tantísimas llagas como laceran nuestras carnes. Nunca, en los años que llevo intentando solucionar el problema aritmético doméstico, nunca repito, me ha sido posible salvar el obstáculo económico, con facilidad y sin sangre. Cuando no es una huelga, es una guerra o una maniobra infortunada, lo que me obliga a someternos a la ley de la Lotería, de la manipulación o de la milagrería. Y como está ya demostrado que España no está por los milagros, ni los señores ministros por el acierto, ni el gobierno por jugada feliz no nos queda otro recurso que el de la Lotería. Y todas las noches de guardar rezamos para atraer la cifra o número al cual va aparejado el de la suerte. Siguiendo sin duda la costumbre histórica, yo también he adquirido el número mediante el cual puedo llegar a participar de la fortuna navideña. Si no fuera así, no me quedaría otra solución a mano que resignarme y ponerme a la cola. Como este muchacho que se acerca a mí interrumpiendo mis reflexiones con una solicitud de ayuda que me desconcierta, porque nunca hasta este que anoto en mi agenda, me ha asaltado en la calle un tan original mendigo: «Señor -me suplica-, por favor, necesito diez euros para comprar la lotería de Navidad, que según me ha dicho un adivino marroquí, por inspiración directa de Alá, le corresponde ser agraciado a un miembro, original o llegado en patera y que no cuento con dinero suficiente para completar la cantidad que me puede ofrecer la posibilidad de emanciparme. ¡Una limosna, como dicen ustedes los cristianos, pero por Alá!... Dijo el demandante y le miré fijamente, luego le sonreí y le repliqué: -Lo siento, compañero, pero a mí me sucede lo mismo. Encomiéndese a su Alá que yo he solicitado turno a Santo Martino... Lo siento.