Móviles y respeto

A MENUDO me pregunto cómo ha podido llegar la humanidad hasta donde estamos sin haber utilizado un teléfono móvil. Y es que un invento que usamos desde hace un decenio nos resulta tan imprescindible (a los españoles y latinos en general, ¿se han fijado que en cualquier país extranjero la gente por la calle no lleva tanto ajetreo con el móvil y sigue paseando y hablando con quien lleva al lado y no por el móvil, sin hacer caso de con quien va) que habría hasta suicidios si el invento de marras se borrara de la faz de la Tierra. Y es tanta la afición que sentimos que hemos comprado móviles para niños y para abuelitos, por aquello de tenerlos controlados. Y así enseñamos a pequeños y mayores dónde tienen que descolgar para hablar y dónde tocar para acabar la conversación, y poco más. Pero mientras los niños van descubriendo nuevas posibilidades, los mayores no sólo no aprenden, sino que incluso se les olvidan algunas de las cosas que pueden utilizar. Así tenemos que en varios lugares se prohibe el uso de móviles o se anuncia que se apaguen (caso de aviones, hospitales, etc. donde pueden interferir con algunos aparatos y provocar averías o catástrofes). Pero también hay otros muchos lugares en los que sin orden tácita de apagarlos se entiende que sería aconsejable. Es el caso de los cines, teatros, conciertos, conferencias, iglesias... No sólo porque la sintonía elegida por cada uno nos puede amenizar un espectáculo, sino porque en la mayoría de los casos la gente no se corta y aunque esté en el cine o en misa se pone a contestar y es capaz de estar unos minutos hablando, sin importarle que los demás no oyen sino la conversación. Quiero pensar que no saben cortar la llamada sin cogerla y por eso molestan. Pero, ya se sabe, lo importante es «poder» hablar.