Diario de León

LA ASPILLERA

Refundar... las personas

Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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MUCHO me temo que, entre las consignas que han preparado los estudiantes leoneses que hoy saldrán a la calle para protestar por el conocido como Plan Bolonia (Espacio Europeo de Educación Superior), no han previsto ninguna que hable de la refundación del capitalismo y menos de la «refundación de las personas». Y el caso es que, si a alguien le deberían importar más directamente estas cuestiones, es a la generación que está a caballo de los institutos y de los campus. A quienes ya vestimos canas, defraudados incluso con la famosa «revolución» del 68 (40 años ya...), que Francia vendió al mundo con lujo de glamour pero que no tenía demasiada chicha, nos dejan un poco fríos convocatorias como las de hoy con la que está cayendo. Parafraseando a Galileo, «al menos se mueven», lo que invita a mantener cierta esperanza en que no se pierda una voluntad de cambio cuya bandera no deberían arriar los más jóvenes y rebeldes. Quizá debieran pedir de nuevo «lo imposible» pues sólo una valiente utopía es la antesala de lo posible. Pero no es fácil que se vea esa pancarta que asuma que el cambio está, en realidad, en refundar nuestra mentalidad de especímenes consumistas como tampoco se verá nada parecido en la cumbre del G-20 del sábado que ha levantado muchas expectativas pero que no acaba de sacudirse el polvo del escepticismo. ¿Cabe esperar muchas sorpresas y audacias de los Bush, Merkel, Sarkozy... o Zapatero que ha conseguido in extremis hacerse un hueco? Ese es el drama: ya de partida quienes la promueven, parecen conformarse con perfilar mayores controles y regulaciones sobre los mercados financieros y cargar las tintas sobre esos seres encorbatados y codiciosos que se señalan como responsables de la crisis. Pero se pasa como sobre ascuas por insultos como que sólo en Estados Unidos «salvar» de las crisis a los bancos ha costado 700.000 millones de dólares lo que multiplica por cinco lo destinado a los «objetivos del milenio». Esto huele a «vamos a cambiar algo para que todo siga exactamente igual». No parece que vaya a ponerse sobre la mesa la necesaria valentía para aprovechar la lección de esta crisis que sigue galopando y convencer a los ciudadanos de que estamos ante un reto colectivo o no estamos ante nada más que otra remesa de paños calientes. No se trata tampoco de demonizar sin más al capitalismo, algo que se hace, en ocasiones, con argumentos demasiado elementales; pero que haya cientos de millones de desheredados no es una cuestión baladí, ni son los «inevitables» daños colaterales, sino la expresión de un fracaso colectivo que va mucho más allá del colapso de un sistema financiero instalado en la especulación pura y dura. Pero tampoco hay que mirar solamente hacia ese mundo menesteroso que se juega la vida cada día en una patera. Aquí, a nuestra puerta, se habla ya, no sólo de ayudar, -con nuestro dinero, no se olvide-, a los pobrecitos banqueros, sino a las no menos pobrecitas empresas automovilísticas mientras el personal de tropa sigue sometido al cachondeo cotidiano de unos impuestos infumables, de unas hipotecas insufribles y de una represión fiscal que nos lleva a la más negra edad media.

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