EL RINCÓN
Peticiones del oyente
COMO en el verso del gran Blas de Otero, los españoles estamos volviendo a pedir la paz y la palabra. La paz social se basa en un razonable acuerdo para que todos puedan vivir de su trabajo, pero requiere algo previo: que haya trabajo. Posteriormente vendrán las discusiones sobre salarios justos, desigualdades clamorosas, injusticias cabreantes y nóminas adjudicadas digitalmente a consejeros autonómicos, pero por lo pronto lo que hace más falta es que haya empleo. Es una condición imprescindible, incluso para que se distribuya mal. Desdichadamente, aquí estamos en otras cosas: desenterrando fosas sin permiso de la Audiencia, retocando la «doctrina Parot» y lamentándonos de que las ayudas a la banca -pobrecita- no garanticen el crédito a las familias. Las Bolsas se han desplomado de nuevo pese a la bajada de tipos, pero lo que hay que saber es cuándo nos desplomaremos muchos españoles por culpa de los tipos que sostienen el tinglado. Nos han mentido a todos. No nos dijeron que venía el lobo hasta que nos asestó la primera dentellada en las carnes caperucitas y falsamente engordadas. La paz social está en peligro, pero también la palabra. ¿No había otro momento mejor para resucitar la hispánica maldición babélica? La Generalitat está recaudando multas lingüísticas. El idioma es el idioma, pero la pela es la pela. El tripartito está imponiendo sanciones por usar el castellano en rótulos y facturas, quizá menos cuantiosas en las facturas. Algunos sabíamos, desde nuestra más dura infancia, que habitábamos un país difícil, pero no nos lo pongan imposible. Nos va a costar mucho esfuerzo, a nuestra edad, dejar de ser españoles. Los problemas económicos se solucionarán mal que bien, más bien mal y tarde o tarde y mal, pero lo peor es que nos quiten la palabra de la boca.