Invisibles

ASÍ NOS sentimos los leoneses. Invisibles. Esa puede ser la palabra que mejor defina nuestra situación ante el mundo. Somos la región que, un buen día y como por arte de magia, desapareció del mapa. Podíamos protagonizar un microcuento de Juan Pedro Aparicio, de Julia Otxoa o de Fernando Iwasaki. Nuestra cultura, nuestra historia, nuestras tradiciones, nuestra lengua, no están amparadas, no están protegidas, no están mimadas, no están relanzadas, proyectadas hacia delante y hacia los cuatro puntos cardinales, ensambladas y reelaboradas para que sigan caminando su camino inmemorial de creación y recreación. Hoy por hoy, ninguna institución lo está haciendo. La España actual está -quiso estar- organizada en torno a entidades territoriales que se autoadministran y que, en gran parte, se dan a sí mismas sus propias leyes. Y que, al menos en teoría, han de defender y desarrollar sus respectivas culturas para enriquecimiento propio y ajeno. Si los antropólogos, los lingüistas, los sociólogos y los historiadores hablan de la existencia de una cultura, antes y ahora, que ha venido recibiendo el nombre histórico de leonesa, entonces, ¿dónde estamos? Resulta agotador para nosotros tener que estar dando explicaciones, a cada momento y en los sitios más dispares, sobre qué es lo leonés. Resulta insólito que tengamos que argumentar, en Barcelona o en Soria, una y otra vez, el por qué de nuestra existencia. Siempre justificándonos. Algo que -por cierto-, siempre suele solucionarse cuando llevamos a nuestro interlocutor a la ribera del Órbigo, al Alto Sil o a Omaña para que juzgue por sí mismo. Y también se solucionaría disponiendo de una institución propiamente, auténticamente, realmente, leonesa. Hasta entonces siempre iremos a rastros y seremos una especie de secreción, un molesto forúnculo para la vecina Castilla. Por eso la oportunidad de León Real 2010 es muy grande. Es una oportunidad para hacernos visibles ante España y Europa. Aprovéchemosla. Gobernantes, escuchen esto: aprovéchenla.